El Tedeum y el sinsentido

Por Claudio Peña S

 

El tedeum evangélico nació en 1975, de alguna manera para considerar a un sector evangélico que, por esos tiempos, iba generando cada vez mayor adherencia, reclamando y logrando aquella instancia con la que ya contaba la iglesia Católica, pasando a ser una más de las actividades oficiales del “mes patrio”. Esta instancia ha tenido, con el correr de los tiempos, un carácter más político que religioso, cuestión que se dejó entrever, sin dobles lecturas, este pasado domingo en la catedral evangélica.

En primer lugar, conviene realizarse preguntas fundamentales, ¿Cómo es que, en un país que se dice laico, algunos sectores parciales de la población tengan este tipo de privilegios? ¿Cuáles son los motivos ideológicos, de peso en el bien común o de simple razón de ser del Estado, que sustentan la lógica de existencia de estas instancias?

El laicismo/laicidad es una forma de entender y construir las relaciones y derechos de una sociedad, sobre la base de la armonía de las diferencias, en donde la tolerancia y el respeto a todas las manifestaciones, formas de ser y creencias personales es central, con la consideración de que tales manifestaciones no atenten contra la dignidad y los mínimos valóricos en sociedad[1]. De tal forma, entendemos también que la laicidad/laicismo no está en contra de ninguna religión o creencia particular, al contrario, pretende considerarlas a todas en equidad y justicia, pues las creencias personales, compartidas más o compartidas menos, nacen y se desarrollan precisamente allí, en el fuero personal, íntimo y libre de cada ser humano, mereciendo el mismo respeto aquel que es católico, evangélico, judío, musulmán, indú, agnóstico, ateo, etc. Entonces, por cuanto son creencias personales de mundo, en una sociedad cada vez más diversa, pluralista y multicultural, ninguna religión particular debería decirle a las otras, o a la sociedad en su conjunto, cómo deberían vivir o existir. Además, el hecho de que sean creencias personales anula completamente la posibilidad de ser consideradas como categoría de totalización por mayoría, quiero decir que, la categoría “religión” en ningún caso es un criterio unificador que pueda regir como máxima de sustento social. Para vivir todas y todos juntos en armonía ya no sirven los mandatos divinos, vengan de donde vengan, sino que, por sobre todas las cosas, es sobre los acuerdos sobre los que se construye esa armonía.

Se entiende entonces que la sola existencia de instancias como los tedeum, evangélicos o católicos, incluso sin considerar su trasfondo político son, a todas luces, un sinsentido absoluto en un país laico, como decimos que es el nuestro. Por lo tanto, o todas las expresiones religiosas tienen su propio tedeum, o ninguna tendría razón para tenerlo.

Por otro lado, y como se mencionó al comienzo, mucho más que sólo ser una manifestación desde las buenas intenciones y la fe, los tedeum han significan una plataforma mediática y política de alto alcance. Durante los años 80, por ejemplo, la iglesia católica dejaba entrever en estas instancias, sutilmente, sus diferencias con el entonces gobierno militar, a propósito de las violaciones a los DDHH. Sin embargo, el nivel de evidencia y abuso de poder registrado el pasado domingo no había tenido lugar, nunca de esta manera. Si bien es cierto, es innegablemente esperable y hasta exigible que la iglesia deje en claro y defienda sus posiciones valóricas e ideológicas, lo cual es su legítimo derecho, pero hacerlo de la manera en que lo hizo, con insultos hacia la figura presidencial, con gritos de “asesina”, y todo sustentado sobre claras y precisas intenciones de campaña político-electoral, le quitan esa legitimidad de expresión que dicho sector de la sociedad tiene y merece, y porque además, y por sobre toda circunstancia, lo hace desde aquella plataforma privilegiada y ventajosa que la institucionalidad no tiene razón para darle, con una cobertura comunicacional injustificada e inmerecida. Un presidente o presidenta de la república, del sector que fuere, no debe ni tiene por qué someterse a situaciones o instancias como éstas, mucho menos exponerse al escarmiento y reprensión que sufrió Bachelet este domingo, en un contexto que, insisto, por sus características no podría ser más tendencioso y parcial, con un micrófono, público y cobertura mediática abierta y exclusivamente a disposición de un solo sector.

Parece, por lo tanto, incluso solo de sentido común el cuestionarse la existencia de los tedeum o cualquier manifestación similar en una república como la nuestra. Un Estado Laico es aquel capaz de velar por la armonía y los acuerdos sociales, de actuar sobre el ámbito de lo posible y no desde alguna fe en particular, de sobrellevar la sociedad en función de las coincidencias y, por otro lado, el respeto y tolerancia hacia las no coincidencias, en todo nivel y en todo ámbito. La religión y el Estado, simplemente, están en las antípodas de la construcción de una sociedad inclusiva, justa y saludable, y es por eso que justificar desde el sentido o la razón la existencia de estas instancias es, definitivamente, imposible.

[1] Mínimos valóricos se refiere a aquellos principios de sociedad a los que todas y todos hemos decidido libremente adscribir, por cuanto se construyen considerando a todos los sectores de la sociedad.

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Autor: Claudio Pena

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