Coordenadas para la refundación y proyección política del Laicismo en el Chile de hoy.

En tiempos atribulados como los que corren hoy, parece más necesario que nunca repensar el laicismo y resituar sus principios fundacionales en los debates actuales. Se hace menester reflexionar sobre la base de nuestras experiencias concretas de organización y trabajo colectivo, extrayendo las lecciones y aprendizajes que nos permitan refrescar nuestro lenguaje, reencausar nuestras luchas y ensayar modelos alternativos de sociabilidad.

En su libro “Pedagogía del Oprimido” (1970), el educador popular brasileño Paulo Freire aboga por una relación armónica entre reflexión y acción, como base para la constitución de una ética liberadora. Decía que la reflexión sin acción era mero verbalismo y la acción sin reflexión, mero activismo. Personalmente, creo que retomando y desarrollando esta dicotomía podemos darle a la batería valórica laicista un nuevo aire, un nuevo impulso para tejer formas novedosas de pensar la sociedad y trascenderla.

En materia de reflexión, creo que el desafío del laicismo apunta a elaborar un diagnóstico certero de las condiciones materiales que propiciaron su origen, favorecieron su desarrollo y que actualmente lo tienen sumido en una crisis de sentido, totalmente sobrepasado por los múltiples matices de la realidad que lo circunda. Al respecto, creo que para propiciar la refundación del laicismo debiesen seguirse a lo menos tres premisas.

En primer lugar, abogar siempre por un laicismo históricamente situado, inseparable del contexto territorial, político, social y cultural en el que está inmerso. Sólo así es posible identificar y evaluar críticamente las múltiples definiciones, reivindicaciones y prácticas que han sido engendradas por hombres y mujeres militantes del laicismo, tanto con el correr de los siglos como a lo largo y ancho del planeta.

En segundo lugar, entender el laicismo como una propuesta ética que en su tránsito por múltiples realidades espaciales y temporales ha mantenido siempre invariable dos banderas de lucha: la abolición de los privilegios (que hoy en día podría traducirse al combate contra toda forma de desigualdad o discriminación) y la autodeterminación de la persona en todos sus ámbitos cotidianos de acción.

Y en tercer lugar, concebir el laicismo como una praxis radicalmente transformadora, pues sus principios fundacionales (libertad, igualdad, fraternidad) son la antítesis de los anti valores que sustentan el modelo de desarrollo capitalista predominante en la actualidad (competencia, individualismo, riesgo), además de entrar en abierta contradicción con meta relatos y formas de sociabilidad ampliamente difundidas en la población, hoy (patriarcado, hetero- normatividad, euro centrismo, adulto centrismo, entre otros).

Ahora, en materia de acción, creo que el principal desafío del laicismo es forjar un relato y una praxis coherente con el diagnóstico antes formulado, que permita establecer una conexión real con las problemáticas y luchas de diversos colectivos con principios similares a los nuestros, así como también arribar a una superación efectiva de las actuales condiciones y relaciones de dominación imperantes en todo ámbito. Al respecto, creo que para tender a una proyección política del laicismo en los años venideros debiesen seguirse otras tres premisas.

Primero, abandonar el laicismo relativista. Esto implica romper con aquellas concepciones que reducen el laicismo a un saco roto donde cabe cualquiera, que tal como el papel lo aguanta todo, que no se incomoda con nada o que no desea molestar a nadie. Exige abrazar causas, tomar posiciones, ser agente activo y no mero observador pasivo de la realidad, fijando así similitudes y diferencias con el resto de actores sociales con quienes compartimos una determinada época o coyuntura histórica.

Segundo, despojarnos del laicismo apriorista. Lo anterior conlleva eludir la trampa de atrincherarse en posturas dicotómicas de “sí/no”, aprendiendo a distinguir matices en la realidad social y promoviendo la generación de espacios donde predomine el pensamiento crítico, el diálogo, la discusión y el derecho a decidir autónomamente.

Y tercero, reivindicar el componente emocional del laicismo. Se trata de evitar la exacerbación de la racionalidad y abordar el laicismo también como sentimiento, como antídoto a la indolencia. Involucra romper la burbuja, entrar en contacto con las realidades que nos son desconocidas, haciéndolas propias en pro de reconstruir el tejido social degradado y  recuperar la confianza en la organización colectiva.

Finalmente, creo que ésta es la hora oportuna para la reflexión y la acción. El momento ideal para compartir los saberes, lecciones y aprendizajes que nos ha dejado nuestra militancia en el laicismo. Es el tiempo de levantar discursos que tengan asidero en experiencias concretas de trabajo comunitario. Es, en síntesis, la época más propicia para acumular fuerzas y caminar decididamente en pos del horizonte utópico laicista, que no es otra cosa que la fraternidad universal.