En memoria de Exequiel y Diego

El lenguaje no sólo tiene una capacidad denotativa, sino también performativa. Al mismo tiempo que describe una realidad, la moldea, la transforma y la trasciende. Es por esto que, cuando la realidad te sacude y te golpea con hechos a todas luces injustos, se hace imposible guardar silencio, se vuelve anti ético guardar silencio, porque el silencio ante la intolerancia es sinónimo de complicidad y de indolencia.

Muchos miembros de la Fraternidad Juvenil Alfa Pí Épsilon llevan años luchando por una educación pública, gratuita, intercultural, democrática, inclusiva, comunitariamente situada, no sexista, laica, al servicio de todos y no de unos pocos.

Desde su rol de estudiantes, docentes y/o trabajadores de la educación, están comprometidos hace mucho con la generación de espacios de discusión, organización y reivindicación, levantando propuestas y modelos alternativos de educar, donde se reivindique la fraternidad y no la competencia, donde prime la solidaridad y no el individualismo, donde se practique la tolerancia y no la discriminación.

En base a lo anterior, como Institución no podemos sino lamentar y repudiar la muerte de dos compatriotas el pasado jueves 14 de marzo en Valparaíso, en el contexto de una marcha por la educación. La muerte de Exequiel y de Diego nos coloca ante un espejo que nos muestra lo peor de nuestra sociedad: la primacía de los intereses privados por sobre los intereses colectivos, la desconfianza como base de nuestra sociabilidad, un tejido social absolutamente degradado, y un conservadurismo recalcitrante que, lejos de ser cosa del pasado, está más inscrito que nunca en nuestros cuerpos y discursos. En síntesis, el pueblo que es capaz de asesinarse con el propio pueblo.

Es en estos momentos donde vale la pena frenar y reflexionar un poco sobre lo sucedido, sobre cómo seguimos después de esto.
Primero, cabe recordar que la verdadera muerte es el olvido, y que Exequiel y Diego seguirán viviendo en el recuerdo de todos quienes les conocieron y quisieron, y que ahora además les tendremos como ejemplo a seguir en el desarrollo de nuestras propias vidas cotidianas. Que sus muertes no sean en vano es absoluta responsabilidad de quienes seguimos aquí portando sus banderas, haciendo de su marcha nuestra propia marcha.
Segundo, que deseamos que la pena, la rabia y la impotencia que nos generan sus partidas, se transformen rápidamente en energía creadora, aglutinación de voluntades y acumulación de fuerzas para seguir levantando reflexión, organización y acción en torno a cómo mejorar nuestra educación.

Finalmente, hacer un llamado a que las convicciones no decaigan, sino que se fortalezcan.

Que la lucha por una educación más fraterna, tolerante, laica y solidaria no cese, sino que tome más y más impulso. Porque algún día tenemos que dejar de conmemorar derrotas.
Porque alguna vez tenemos que dejar de llorar mártires. Porque algún día a nosotros, la inmensa mayoría, nos tiene que tocar ganar.

¡Que las buenas intenciones nos guíen siempre y las virtudes sociales nos unan eternamente!