La necesidad de una educación laica

Desde hace muchos años, en nuestro país hemos tenido una seguidilla de movilizaciones provenientes del mundo social, las que tuvieron su corolario el año 2011 con el movimiento estudiantil. Volcados a las calles, los jóvenes
enarbolamos banderas de lucha y pusimos al servicio de la ciudadanía los pilares básicos que debieran fundar todo sistema educacional: gratuidad, calidad y el fortalecimiento de la educación pública.

Lo cierto es que todos estos años nos hemos preocupado por la forma, mas no por el fondo de lo que queremos para la educación chilena en sus distintos niveles, desde la pre-básica hasta la formación universitaria. Y es que al parecer el sueño de refundar nuestra educación se encontraba tan lejano, que ni siquiera los nuevos dirigentes estudiantiles han sido capaces de propiciar el escenario para hablar del contenido y no del continente.

Está claro, nuestras consignas eran: Gratuidad, calidad y educación pública. Ninguna de estas consignas habla de contenido, ni siquiera la calidad; nos hemos el planteado el cómo pero no el qué; es aquí entonces, donde el laicismo cobra vida como contenido fundamental y necesario en la discusión sobre la educación.

Hace algunas décadas la educación fue abruptamente violentada por la irrupción del mundo privado. Este proceso implicó un avance de una realidad que vivía nuestro país desde sus raíces fundacionales: La educación en manos de las iglesias.

He escuchado de parte de las universidades controladas por las iglesias-principalmente la iglesia católica- que sus alumnos tienen algo que las universidades laicas o no confesionales carecen o desarrollan en menor medida:
valores.

El laicismo como meta de Estado y en particular sobre la educación, debe plantearse desafíos que van mucho más allá del clásico concepto en que se respetan las distintas religiones o credos profesados. En nuestro país, donde la oferta de la educación superior se divide casi en partes iguales entre privado y público, la educación laica, debe constituirse como un pilar fundamental, sobre todo en las universidades públicas.

De este modo, cuando hablamos de educación laica, lo primero que resalta es la necesidad de prescindir de cualquier dogma o fe. Pero la construcción de un ser integral no acaba en las religiones, y por ello se hace necesaria la formación valórica sustentada en las características que intrínsecamente pertenecer a los seres humanos, la dignidad, la libertad, la fraternidad, la igualdad y la tolerancia; todos los cuales no pueden ni deben ser cooptados o coartados por algunas instituciones; deben ser para todos y todas.

De ahí en más que la tarea de redignificar los valores no es propia de las instituciones confesionales, será necesario entonces reintroducir en las mallas curriculares de todos los niveles, cursos que cumplan con 2 parámetros:

1. Establecer un ramo que permita conocer todas las religiones y filosofías que existen, sin que por ello exista imposición de ningún tipo, ni subjetividad en lo expuesto, respetando en todo caso la libertad de cátedra.

2. La educación laica tiene la misión de revivir la formación ciudadana y cívica de los jóvenes que en un período de tránsito donde no se ha avanzado mucho desde la dictadura, nuestros contemporáneos han ido perdiendo
interés y terreno en el mundo de los derechos políticos, cívicos y sociales.

En definitiva, la educación laica está llamada a la formación de un ser integral sin que exista imposición de credos específicos, se debe otorgar libertad para que los estudiantes decidan si tiene religión o no en los colegios, y de realizarse la asignatura, idealmente debiera ser de todas y no de una en particular.

Por otra parte, ante el excesivo “profesionalismo” que tienen nuestras mallas y planes curriculares, hay que dar paso a otras formas de desarrollo del estudiante, en talleres extracurriculares, pero también en cursos de formación de liderazgos, de asertividad, de cultura, de ética, etc.

A todo esto y más, está llamada la educación laica y depende de nosotros ponerla en el centro de discusión como parte esencial del contenido, de lo que debemos promover con nuestra futura educación. Porque como dicen algunos grandes amigos por ahí, el laicismo es razón y pasión; se piensa y se vive.