Premisas y Demandas de una Educación Laica para el Chile de hoy

Desde 2006 a la fecha hemos venido asistiendo como  sociedad a un debate creciente sobre la educación que queremos para las generaciones presentes y futuras. El resultado de años de movilización ha sido una triple consigna, “pública, gratuita y de calidad”. Yo le agregaría una cuarta, “laica”.

El problema es que esta última consigna no parece, a ojos de la ciudadanía, muy atractiva ni muy relevante, entre otras cosas, porque las mismas organizaciones que defendemos los valores laicos no hemos sabido explicar, en lo teórico y en lo práctico, qué significa luchar por una educación laica, y el por qué es tan relevante hacerlo en los tiempos que hoy corren.

En cambio, nos hemos contentado con demandas reduccionistas y parciales, como el retorno de la educación cívica obligatoria o la no obligatoriedad de la asignatura de religión, que si bien sirvieron como punto de partida, agotaron rápidamente el potencial analítico y crítico del laicismo en esta materia. Es por todo lo anterior, que las siguientes líneas buscan ser un humilde aporte para refrescar el debate sobre ésta y otras cuestiones.

El laicismo, desde su aparición en el siglo XVIII, y en su transitar por distintas épocas y territorios, ha mantenido siempre en el centro de su accionar dos premisas claramente definidas: la abolición de todo tipo de privilegios y la autodeterminación de las personas en todos sus ámbitos cotidianos de acción.

Ergo, una educación laica, en la coyuntura actual que vive Chile, debe propiciar, propender y promover, por un lado, el fin de todo mecanismo que genere segregación de la experiencia educativa, y por otro, la toma de decisiones libre y consciente de cada actor/actriz del sistema educacional. Esto ya lo abordó con relativa profundidad el Movimiento Estudiantil de 2011, que enarboló una triada de demandas muy consecuente con las premisas antes descritas: Financiamiento, Democratización y Acceso.

Respecto del financiamiento, una educación gratuita en todos sus niveles es el premio mayor. Pero no la gratuidad como mera inyección de recursos o ampliación del sistema de becas (como la recién aprobada), sino una gratuidad que se exprese en aportes basales, estables y permanentes a los planteles educacionales estatales. En síntesis, una gratuidad que tienda al cierre del mercado educativo y no a su oxigenación.

En relación a la democratización, el retorno del cogobierno y la tri- estamentalidad es lo fundamental. Que los Centros de Alumnos, Federaciones de Estudiantes, Sindicatos de Trabajadores, Centros de Padres/ Apoderados y Agrupaciones de Académicos vuelvan a tener injerencia real en la toma de decisiones. Esto significa participación vinculante, así como también voz y voto en aspectos relevantes de la gestión institucional, tales como elección de autoridades, aprobación de presupuestos y planificación de programas y actividades.

En lo que respecta a acceso, ya asistimos al fin de las pruebas estandarizadas como mecanismo de selección de estudiantes en la educación primaria y secundaria, lo que marca un hito y un avance no menor. Pero aún resta ganar una batalla, que  es el fin de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), con el consecuente retorno al sistema de bachillerato o propedéutico obligatorio, considerado vital tanto por su función niveladora, en lo curricular, como por su labor orientadora en lo vocacional.

Hasta aquí he tratado de arrojar algunas luces sobre premisas y demandas que pudiesen dotar de sentido/contenido (en lo más abstracto y en lo más pragmático) al concepto o consigna de “educación laica”, haciéndolo visible y distinguible, importante por sí mismo, no subsumido o implícito en consignas similares (gratuita, pública, de calidad), que sin duda la contienen, pero que no hacen carne la especificidad de su espíritu.

Finalmente, cabe señalar que la lucha por una educación laica no puede ni debe desentenderse de las luchas que otros grupos también están dando en el ámbito educativo. Se deben evitar a toda costa los sectarismos y la atomización de las demandas. Decir que queremos una educación laica es también decir que queremos una educación anti capitalista, no sexista, pro medio ambiente, intercultural y descentralizada. O como dijera alguna vez el célebre educador popular brasileño Paulo Freire: “Una educación que nos enseñe a pensar, no a obedecer”.