Por Fah Macías Bastías.
¿Somos, realmente, propietarios de nuestros cuerpos, de nuestras mentes y de nuestras decisiones?
Al parecer, no tenemos potestad sobre la única soberanía de la cual se supone que gozamos: nuestro cuerpo en su totalidad; lo físico y lo mental; lo material y lo espiritual.
Y cómo no, si existe una parte de la población que clama por reconocimiento, por derechos, por justicia. La desigualdad no sólo económica, o dicho de otra manera, la desigualdad socioeconómica; corroe a la sociedad al punto que toca la sexualidad de las personas.
¿Por qué se le da prioridad a una sola norma sexual, cuando la diversidad es lo que impera?
Hay diversos factores de los que decanta esta categorización sexual. La primera es la imposición del capitalismo, cuyo motor de acción es mantener una relación opresión-sumisión en lo económico y dentro de ese marco, prevalecen aspectos históricos de linaje, color de piel, lugar habitacional y lo sexual, por supuesto que forma parte de este clasismo exacerbado y desatado. Para ser capitalista –en principio- se debe tener pene, ser blanco y en lo posible, cristiano. El resto, vendría siendo escoria.
El patriarcado no sólo ejerce una dominación de penes sobre vaginas, sino que también sobre toda disidencia a la imagen blanca de un ser que debe relacionarse sexualmente para la reproducción y que no cree en la evolución, sino que en la creación. En verdades absolutas y no cuestionables.
Desde la concepción de una definición para el “Género” –como una necesidad sociocultural de academizar la lucha contra el patriarcado- ha surgido una serie de conceptos, categoría y etiquetas que hasta el día de hoy suman y siguen.
¿Será necesario que particularicemos todo sobre el género y la sexualidad?
Los distintos movimientos de diversidad y disidencia sexual, así como los grupos feministas buscan distintas formas de hacer frente al machismo y al sexismo. Sin embargo, estas formas difieren en lo político. Algunos optan por la acción territorial, otros por la incidencia en lo político-institucional, otros por el apoyo psico-jurídico y así, desde distintas veredas con un mismo fin. Aquello, por supuesto, no excluye las divergencias de la acción y ejecución de actividades y los enfrentamientos típicos de los impulsos propios de grupos humanos discriminados, invisibilizados e incluso, asesinados.
El desglose conceptual a partir del Género ha provocado un estudio acabado de casos específicos que suman a pequeñas muestras. Esto, no quiere decir que valgan menos dentro de la sociedad, sino que se consolidan las etiquetas y los estereotipos, por lo que podríamos estar frente al “caos de la conceptualización sexual”.
La humanidad ha arraigado la necesidad de clasificar todo, desde lo personal hasta lo colectivo; desde lo espiritual hasta lo sexual. Y aquí, vale la pena detenerse a reflexionar si la vivencia de la sexualidad es –en efecto- de incumbencia social o netamente personal e individual.
La sexualidad es la forma en cómo nos desarrollamos afectivamente con nuestro propio cuerpo y de ahí para con el resto, el prójimo, la sociedad. Sin embargo, las religiones decidieron meter mano aquí, de acuerdo a sus propias convicciones y verdades que no todo el mundo profesa. El objetivo, evidentemente, es consolidar y proteger el poder del hombre (como género) que utiliza el sexo como medio reproductivo (práctico) con la mujer (heterosexual), con lo cual se genera una reciprocidad de acuerdo a sus intereses.
Y hasta el día de hoy, podemos comprobar que la relación antes mencionada predomina y es por ello que existe discriminación e incitación al odio y a la ciudadanía en distintas categorías.
La transexualidad siempre ha existido en la especie humana y ha sido el mundo occidental de nuestro planeta quien la ha oprimido, tal como al resto de orientaciones sexuales e identidades de género que no convergen con la histórica norma establecida por los grupos dominantes. Incluso, en algunas comunidades étnicas de oriente, las personas trans son muy respetadas, en tanto que en otras ni siquiera se desarrolla como un tema especial.
Entonces ¿Somos quienes vamos de camino al desarrollo discriminando? ¿A cuál desarrollo?
Cuando hablamos de “minorías” ya estamos discriminando, puesto que la referencia para hacer esa afirmación es nada más y nada menos que el estereotipo bastante mencionado en párrafos anteriores. Por consiguiente, es de menester recalcar que somos un mundo diverso y en la lucha sexual por el reconocimiento y la erradicación del odio, la disidencia es la que impera.
Nadie puede quedar sin amparo del Estado. No debiesen existir personas de distintas categorías si habitamos el mismo espacio y poseemos los mismos mecanismos vitales para existir. Somos seres distintos porque tenemos la capacidad de serlo a medida que vamos desarrollándonos, construyéndonos, en el tiempo. ¡Sí! Somos diferentes en nuestras habilidades, pero no para la sociedad, para la garantía de derechos y para el reconocimiento en igualdad de condiciones.
No podemos ver desarrollo de ningún tipo en un país si aún no se solucionan las dantescas brechas socio-económicas; el machismo; la discriminación y la injusticia. Por ello, nuestra institución vela por la paz, la solidaridad y la fraternidad en la humanidad.
Nuestros anhelos están puestos en la construcción de una sociedad libre, justa y fraterna. En ese camino, es fundamental que vayamos pensando en los mecanismos de estudio y acción para la erradicación total de la discriminación en todas sus formas, que prevalezca el respeto, la tolerancia y la hermandad en la humanidad.
La comunidad trans y de personas no-binarias espera de grupos humanos como el nuestro, el apoyo en la lucha por el reconocimiento más allá de las categorías, sino de la calidad de personas sujetas a derecho, tal como todo el resto de la sociedad.
Si dejamos que un cardenal, un diputado y hasta un presidente diga lo que quiera, desconociendo la incitación al odio, estamos actuando por omisión en actos recurrentes de discriminación.
Hoy, tenemos la gran oportunidad de aportar con una discusión contingente sobre un proyecto de ley que reconoce y da protección a las personas transgénero, aunque con restricciones importantes como es el caso de menores de edad. Aun así, estamos en tiempos determinantes y tenemos el deber de involucrarnos en el estudio y en la acción.
Y frente al estudio de estas cuestiones, podemos seguir reflexionando y cuestionándonos acerca de las imposiciones culturales que nos llevan a caminos pedregosos como el del odio.
Podemos pensar qué tan necesario es hablar de “Género” y de todo lo que de él se deriva. ¿Deconstruirlo? Juzguemos a consciencia.
Los derechos humanos son para todas las personas sin condiciones y en el marco legislativo, se hace necesario contemplar el aspecto educativo que, hoy en día, está en el absoluto abandono en materia de afectividad y sexualidad humana.
Nuestra misión es promover el respeto a los derechos humanos e incidir positivamente dentro de la sociedad. Y qué mejor, mediante propuestas que aborden la educación sexual inclusiva y sin discriminación desde un enfoque laico, que respete las libertades de culto y fomente el libre pensamiento, de modo que exista un desarrollo autónomo, preventivo e inclusivo de las personas.