La locura es una reacción normal ante una sociedad enferma.
Thomas Szasz
La tardía conmoción por el suicidio de dos personas en la línea del metro en tan solo ocho horas ha despertado las interrogantes sobre cómo el Estado chileno y nuestra sociedad en su totalidad está abarcando la realidad de la salud mental en Chile. Lamentablemente la reacción mayoritaria, principalmente proveniente de los sectores progresistas, ha consistido en abarcar la “crisis” por medio de una estrategia que se concentra en atacar los efectos, pero no las causas. Sumado al hecho de que la hegemonía del saber institucionalizado (psiquiatría) con su reduccionismo y su dudosa independencia ha generado un peligroso consenso en nuestra sociedad: la crisis de la salud mental en Chile es un problema de salud pública. Por tanto, ante aquel apresurado diagnóstico el tratamiento es evidente: aumento del gasto público, mayor medicalización y por tanto mayor contención social. El gran problema de dicho diagnóstico es que no toma en cuenta que gran parte del agobio subjetivo de nuestra población (no todo) nace de las contradicciones sociales propias de un modelo económico capitalista.
Como plantea Jacques Derrida, las palabras y los conceptos de la realidad solo adquieren significado en el encadenamiento de un sistema de diferencias; es decir, ningún elemento tiene un significado en sí mismo, sino que dicha significación se obtiene en relación a otros elementos de los cuales difiere, en una estructura en la cual se encuentra inserta. Dicha noción derrideana se extrapola al problema de la salud mental. No existe el enfermo individual. Dicha significación se da en un contexto. El estrés laboral, la ansiedad y la depresión muchas veces son generadas por un estilo de vida que desata dichas patologías o agobios subjetivos. La sobreexplotación laboral, las extensas jornadas de trabajo, la precarización, el sobreendeudamiento, la competitividad y la inevitable miseria de la jubilación son hechos constitutivos de crisis emocionales. Por tanto, la estrategia de la medicalización emprendida por el saber institucionalizado, bajo la complicidad progresista actúa, en términos de Carlos Pérez Soto, como un método de contención social.
Para el profesor Carlos Pérez, la sobremedicalización de la población tiene consecuencias políticas claras, encubriendo los complejos de orden social por diversos mecanismos discursivos:
- El problema es suyo, no del entorno (individualización)
- Su problema es una mala apreciación de la realidad, de errónea percepción (psicologización)
- Si los síntomas persisten, su problema es endógeno (naturalización)
No negaremos el hecho que puede haber muchas patologías que efectivamente tienen un carácter individual, biológico y no externo, pero el título por el cual muchos ciudadanos caen en el espiral del agobio y la enfermedad nace, efectivamente, de una maquinaria sociocultural que genera enfermedades. El discurso oficial de la enfermedad consiste en remitir la causa del agobio emocional a una esfera plenamente individual, como si el paciente fuera indirectamente el responsable de su condición por tener determinadas configuraciones genéticas y biológicas. Con ello, los diversos agentes sociales disciplinarios de la sociedad se abstraen del margen de responsabilidad. Se cuestiona la salud del paciente, pero no cuestionamos nuestra legislación laboral, la constitución de la familia, el sistema educacional y nuestras propias dinámicas de comportamiento en el contexto de las relaciones interpersonales.
La sobrepsiquiatrización de nuestra sociedad actúa por tanto como una solución local pero no íntegra del problema de la salud mental y, a su vez, se constituye como un método de contención social que nos priva de la posibilidad de cuestionar el sistema social y también a nosotros mismos. A su vez, permite dirigir la responsabilidad en el enfermo y evadir nuestra responsabilidad como agentes causantes de agobios existenciales. En consecuencia, la crisis de la salud mental en Chile más que ser un tema únicamente de salud publica se trata de un problema político y social.
Pero el problema no se limita a la psiquiatrización como método de contención social. La psiquiatrización envuelve un problema dramático, totalmente invisibilizado por nuestra sociedad (invisibilizado por el mismo carácter marginal de los usuarios de la salud mental): los derechos de los pacientes en salud mental y la estigmatización social. No solo se trata de evitar las depresiones y los trastornos de ansiedad. Los usuarios ya psiquiatrizados viven en el drama diario de la discriminación y la invalidación social, además de las mismas prácticas terapéuticas sumamente cuestionadas por los colectivos de usuarios como lo son el electroshock, la internación involuntaria, la sobremedicalización de la infancia y la mercantilización de la medicina. Dichas experiencias periféricas son desconocidas y, por qué no, olvidadas por la sociedad. Cuando se desea hacer reportajes e investigaciones sobre la realidad de la salud mental en Chile se busca como fuente la visión de profesionales de la salud, pero se ignora la experiencia y la lucha de los pacientes materializado en el llamado activismo loco. Esa ignorancia nace obviamente por nuestra misma tendencia a la marginalización de los pacientes de salud mental. Lo importante no es lo que se dice sino lo que no se dice y pudo haberse dicho y, cuando se trata de salud mental, nuestra sociedad con sus omisiones discursivas vocifera: Son locos, son peligrosos, son trastornados, por tanto, no pueden ver la realidad de la salud mental.
Finalmente, si queremos encontrar soluciones a la crisis de la salud mental en nuestro país debemos tener ante todo un enfoque político, que interrogue al sistema y al mismo saber institucionalizado. Debemos analizar nuestras prácticas: de nada sirve que publiquemos en Facebook nuestro lamento por un suicidio si nos reímos de los depresivos, si le tememos al esquizofrénico, si nos enrabiamos con el obsesivo-compulsivo, si tratamos de loco a cualquiera que no esté acorde a nuestro patrón de comportamiento e ignoramos las demandas de los usuarios y activistas de la salud mental. Dejemos de pensar que el infierno del paciente reside únicamente en su cerebro porque, como plantea bien Jean-Paul Sartre, el infierno son los otros. ¿Te has planteado que el infierno puedes ser tú?