ECONOMÍA DEL BIEN COMÚN

¿El dinero nos hace realmente felices?

En ocasiones, un buen pasar económico nos reconforta con una sensación de alegría llena de nepotismos irónicos que nos hace despilfarrar o quemar el tiempo- representando esto con el dinero-; no obstante, el neoliberalismo no ha logrado que millones de personas tengan condiciones de vida mínimamente dignas, ni ha contribuido a hacer sustentable el planeta.   Esto pese a considerarse un modelo económico exitoso en el mundo entero; según lo demuestra la contabilidad tradicional, los parámetros económicos y el beneficio financiero para las empresas y el producto interno bruto de los países. Sin embargo, los parámetros mencionados, miden sólo las utilidades monetarias, no las utilidades sociales: no toman en cuenta el mayor bien social perseguido por todos los seres humanos, ni la felicidad (la que  puede medirse a través de indicadores ad-hoc).

El objetivo es hacer una revisión de las bases para postular una nueva economía, más humana, solidaria y que, a través de técnicas e instrumentos financiero-contables, permitan arribar a una sociedad de mayor armonía, con ciudadanas y ciudadanos más felices y participativos.

El balance financiero entrega información necesaria, pero no suficiente como finalidad última. La maximización de los recursos económicos, no refleja el beneficio social ni medioambiental. Un alto beneficio financiero, no refleja si la empresa crea o destruye empleo, si la calidad de los puestos de trabajo aumenta o disminuye, o si hay trato de género igualitario.

La economía de la felicidad y la economía del bien común se muestran como respuestas idóneas para mitigar el sufrimiento social. La economía de la felicidad se basa en una concepción de ésta como vivencia y la investigación se hace a partir del reporte que las personas hacen de su situación, por lo general respondiendo a preguntas acerca de su satisfacción de vida. Es un gran error confundir al ingreso con la felicidad. Si bien el ingreso puede contribuir a generar felicidad, nada garantiza que un mayor ingreso venga acompañado del aumento de ella; lo mismo pasa con un alto ingreso y tampoco un bajo ingreso tiene como consecuencia evidente la infelicidad. Quizás la mejor manera de abordar la confusión es reconociendo que los seres humanos son mucho más que meros consumidores y que, por lo tanto, su felicidad no depende sólo de su poder de compra.

La economía de la felicidad ha mostrado que hay necesidades no materiales que son tan importantes como las materiales; los psicólogos mencionan las necesidades de competencia (sentirse útil y de valor en sociedad), de relación (recibir y dar aprecio y cariño), y de autonomía (actuar con base en la motivación intrínseca y poder marcar el rumbo propio). Por ello, las personas derivan gran parte de su felicidad a sus relaciones humanas, empezando por las relaciones familiares y continuando con las relaciones de amistad, laboral y vecinal. De igual forma, el tiempo de ocio —aunque improductivo en la generación de ingreso— puede ser muy relevante, no sólo para el descanso, sino también para la recreación y la construcción de relaciones humanas genuinas y desinteresadas.

En realidad, hay muchas y muy buenas razones para estudiar la felicidad de los seres humanos, pero quizá la razón más importante es que a las personas les interesa e importa ser felices. Hay evidencia que muestra también que si a los políticos les interesa la reelección de sus partidos, deberían poner atención a la felicidad de sus votantes.

En 2011, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, adoptó por unanimidad la resolución titulada “La felicidad: hacia un enfoque holístico del desarrollo”, en la cual se establece que la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental y se invita a los estados miembros a implementar políticas públicas orientadas a este fin. En la consecución del desarrollo, no debe olvidarse que el fin último no es alcanzar altos indicadores de ingreso per cápita, sino lograr que la mayoría de la gente esté satisfecha con la vida que lleva. Continuar confundiendo el dinero con la felicidad puede tener consecuencias perjudiciales; por ejemplo, las altas tasas de depresión y, en general, de infelicidad en Chile —a pesar de ser llamados el milagro económico de Latinoamérica.

En un discurso de 1968 y refiriéndose a las limitaciones del PIB como indicador del progreso de las sociedades, Robert Kennedy manifestó “el producto nacional bruto no permite medir la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de su juego. No incluye la belleza de nuestra poesía o la fortaleza de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestro debate público o la integridad de nuestros funcionarios públicos. Tampoco mide, ni nuestra inteligencia, ni nuestro valor, ni nuestra sabiduría, ni nuestro aprendizaje, ni nuestra compasión, ni nuestra devoción a nuestro país: en definitiva, mide todo, salvo aquello por lo que vale la pena vivir”.

La economía de la felicidad obliga a ampliar la mirada y a plantearse la pregunta ¿qué es aquello por lo que vale la pena vivir?