En Enero de 2017 el Tribunal de Defensa de la Libre Competencia en su Propuesta de Modificación Normativa No.19, ordenó al poder ejecutivo y otros órganos a dictar normas (entre otras medidas) para prohibir la actuación conjunta de los bancos chilenos a través de Transbank en el mercado de la adquirencia (afiliación de comercios, pagarles a estos las ventas hechas con tarjetas y luego cobrar a los bancos), en pos de favorecer la competencia ya que se trata e un monopolio. Éste debía desintegrarse; entonces, ¿Cómo pudo sobrevivir casi 30 años este monopolio sin que nadie siquiera se ruborizara? No deja de ser una situación al menos rara si consideramos que si a la opinión pública se le habla de monopolio, esta se escandaliza.
Durante el fallo los bancos sostuvieron que los grandes beneficiados de este modelo (además de ellos, por supuesto) somos los usuarios; y tienen razón: tenemos una relación de cómplices, un contubernio económico, panorama en el que normalmente somos presa y depredador. Usted se preguntará “¿cómo me ha beneficiado la banca?”. Tratando de dar respuesta a esta interrogante, pensemos lo siguiente: usted acumula kilómetros en una línea aérea, o dólares para canjear en el duty free virtual del banco. Esta es la llamada fidelización y nos ha promovido el uso sistemático de la “plata plástica” para todo e, incluso, enojarnos (al menos interiormente) cuando el comerciante no cuenta con la maquinita o nos cobra un sobreprecio bajo la mesa. En estos me incluyo, soy distraído y pierdo el dinero, la tarjeta me ha salvado de muchos apuros y de conservar mi dinero con lo desordenado y descuidado que soy. No se sientan culpables, a todos nos gusta beneficiarnos de algo y sentir que le estamos ganando al sistema.
Otra forma de “beneficios” que conocemos los usuarios además de los programas de fidelización ya dichos, es la oferta de las 12 cuotas a precio contado (de las cuales yo también abuso). Si son a precio contado y compro todo al máximo de cuotas, saldré ganando con un crédito gratuito y marginalmente porque al año siguiente cuando el crédito se pague, la inflación habrá hecho que la suma de dinero valga menos: win-win. Ellos ganan pues, al menos por un año, seré su esclavo y cuando quiera darme un gustito recurriré a su tarjeta. Quizá no vivan del interés, pero sí del uso de la tarjeta y la tajada de torta que sacan de Transbank: mientras más exitosa sea la penetración del modelo, más ganan ellos; mientras más exijamos al negocio del barrio que ponga la maquinita, más validamos el sistema y más para ellos. Esto, amigos míos, echa abajo definitivamente la idea que frente a un monopolio siempre el consumidor será el perjudicado.
En muchas “algunas veces” el monopolio beneficia al consumidor. Como ejemplo les refiero el símbolo histórico de intervención estatal para ‘desmantelar’ (aunque sea visualmente) un monopolio. Esto fue cuando en la primera década del siglo veinte la institucionalidad económica estadounidense, amparándose en la Sherman Act, ordenó desmembrar la petrolera Standard Oil de la familia Rockefeller, dividiéndola en empresas locales, con administración separada. Este monopolio se basó en prácticas predatorias (dumping, entre otros). La ESSO pactó condiciones y precios favorables con sus proveedores para poder bajar precios a los consumidores al mínimo posible, acostumbrando al americano promedio, junto al industrial Henry Ford, al petróleo barato, a crear la idea de aquel país infinito y, finalmente, a vivir sus vidas encima de un auto. Por otro lado, la United Fruit que, durante el siglo veinte, creó verdaderos derramamientos de sangre en la América Central por cultivar plátanos y crear las ‘republiquitas bananeras’ con dictadores y gobernantes vasallos a ellos. Esta empresa consiguió prácticamente un monopolio de producción bananera mundial, produciendo la fruta más barata, vendiéndola casi al precio costo, y destruyendo a su competencia. Así todos pudieron y aun podemos optar a este alimento de gran valor nutricional por un módico precio aun considerando que el producto tuvo que atravesar el mundo para llegar a nuestros hogares.
Entonces cabe preguntarnos, ¿el que estos monopolios nos beneficien a nosotros, los débiles, las eternas víctimas de los poderosos, lo hace menos inmoral? ¿Lo justifica? ¿Habrá sido superada la idea marxista de opresores y oprimidos y en realidad todos somos opresores y así el modelo económico ha basado su éxito? Queda planteada la duda para su reflexión, estimado lector.