Desde hace unos días ha resonado la noticia acerca del eterno y estrafalario velorio de Bastián López, el Pollito. El joven de 19 años, que estudió sólo hasta quinto básico, era miembro de una banda familiar de narcotraficantes de Conchalí y murió baleado, según se presume, por un ajuste de cuentas.
La noticia, sin embargo, no ha sido el asesinato en sí, sino los ruidosos y coloridos fuegos artificiales que han lanzado en la población Santa Inés, secundados por balazos. Todo el espectáculo pirotécnico ha ido acompañado de gigantografías y coronas de flores, haciendo de la calle un amplio espacio ritualístico. Los vecinos se han sentido debidamente intimidados y han solicitado resguardo militar, ya que aseguran vivir con miedo. Así, la prensa ha cubierto las espectaculares imágenes en los cielos nocturnos en un especial periodístico de varios días. Incluso, el féretro tuvo un magno viaje hasta la ciudad de Chillán, bajo la custodia de carabineros; para que su madre, privada de libertad por participar en delitos de narcotráfico, pudiera despedirse del Pollito. Posteriormente, el ataúd viajó nuevamente una extensa cantidad de kilómetros de vuelta a la capital para su funeral.
Así es que, como país, de una u otra forma, hemos acompañado a los deudos en su duelo. Esta soberbia parafernalia ha logrado que por fuerza nos adentremos en una realidad que a menudo es invisibilizada. Los vecinos de Bastián conviven con el narcotráfico día a día, los ajustes de cuentas ocurren en muchos rincones de nuestro país; sin embargo, nuestros medios de comunicación no llegan a esos rincones. La frivolidad farandulera y la abulia política de nuestras instituciones acaparan la atención de los ciudadanos y las ciudadanas y este Chile marginalizado queda oculto bajo la alfombra. De esa manera, creamos un ciclo en el que, quien nace en riesgo de vulnerabilidad, replicará las mismas conductas por un abandono estatal y social; porque en esos recovecos nadie llega a auxiliar a los compatriotas. Los y las habitantes de estas comunidades se convierten en los “otros”, cuya humanidad incluso es olvidada.
En medio de esa postergación e invisibilización es que las personas desarrollan sus propios códigos culturales, ajenos al statement. Difícilmente algo resulta más underground y rebelde que una población abandonada que crea sus jergas, sus códigos morales y referentes culturales. Así, por ejemplo, Yiordano Ignacio ha causado alta controversia con su Mambo para los presos. El joven cantante, que actualmente tiene 14 años, ha ocasionado revuelo con un videoclip lleno de pistolas, asaltos y detenciones, rodeado de los niños y las niñas del barrio. La letra narra la experiencia de la delincuencia, inspirada por su hermano que está privado de libertad. El estribillo refleja las aspiraciones de muchos chilenos y chilenas marginados: “Contando los fardos / Fumando un bastardo / No existen amigos / Tener un abrigo de piel de leopardo”. La angelical voz de Yiordano, hablando sobre drogas y delitos acompañado por sus coetáneos, preocupa a los adultos de nuestro país que no conviven con esta situación regularmente. Preocupa que se romantice los vicios y los delitos por parte de un menor, que por su talento puede convertirse en un referente cultural para niños, niñas y jóvenes -si es que ya no lo es-. Lo cierto es que el artista no hace más que retratar una realidad que para él es cotidiana. La libertad para los presos es para él una consigna política, porque sabe que en Navidad su hermano no los puede acompañar a cenar. Se trata de un relato honesto e íntimo que abofetea nuestra comodidad.
La música urbana nos ofrece relatos que van aún más allá. Este es el caso de Pablo Chill-e, cantante puentealtino de 19 años que ha alcanzado gran éxito en breve tiempo. Así como Yiordano, su música también nos habla de “la calle”, como ha mencionado en sus entrevistas, abordando las drogas y la delincuencia. Sin embargo, su visión está clara. Pablo utiliza el trap para llegar a las poblaciones y difundir un mensaje de conciencia de clase, así como llevarle la calle a quienes viven en una burbuja. MyBlood, por ejemplo, funciona como un manifiesto, donde en parte busca disuadir a los jóvenes de alejarse de la delincuencia y nos comunica su propio rol ante ello: “Déjenme pegar, nadie va a tener que robar / Voy a poner a to’ los niños de la pobla a cantar / Espero cambiar el mundo / Aunque me cuesten los segundos de mi vida”. El joven artista asume que en las artes existe una alternativa ante un futuro autodestructivo para los y las adolescentes. Ha realizado variadas actividades de beneficencia, como con escuelas y SENAME. Aspira a ganar dinero y poder invertir en brindarle una mejor calidad de vida a la gente del Chile marginado. Su visión crítica, frente a la desigualdad de nuestro país, es tal que su canción Facts (“Hechos”, en inglés) resulta una metralleta de verdades que desnudan la perversa máquina que alimenta la falta de dignidad en la pobreza: la corrupción, el abuso policial, la indiferencia de la iglesia, la irresponsabilidad de los medios de comunicación y el narcotráfico. Pablo Chill-e no deja mono con cabeza y es que, frente a la desigualdad, toma un rol rebelde, consciente de su proveniencia poblacional: “Vengo de Chile, del Chile feo / Dónde niños nacen solo pa’ ser reo / Pa’ ser de la constru’, pa’ ser de la calle / Le pido a Dios que la suerte no falle”.
Independiente de la naturaleza del mensaje que la música urbana esté levantando, ya sea el retrato de Yiordano Ignacio o la crítica de Pablo Chill-e, hoy se nos está visibilizando un Chile que, aunque masivo, nos negamos a ver en el día a día. La marginalidad está izando sus propios discursos y productos culturales que están logrando masificarse y calar transversalmente. Nos están enrostrando un país doloroso, en el que quien nace pobre está condenado al sufrimiento y la vulnerabilidad. El abandono y la indiferencia hoy están siendo increpados con el dedo y nos obligan a darle una respuesta. Así, quizás no será necesario que los marginados tengan que izar un doloroso carnaval de duelo para sorprendernos con que la pobla siempre ha estado ahí y la hemos estado tapando con un dedo todo este tiempo.