UNA SILENCIOSA FORMA DE VIOLENCIA

Por: Matías Cortés Aguirre

“El eco que resuena
al decir:
es que estamos rotos
como espiral
de caracola al final
del océano.”

“Río Herido” de Daniela Catrileo

La idea de violencia, desde todos los parámetros que el ser humano pueda imaginarse, ha llegado para dejarnos la lección de que sin importar el tipo, nos sentimos violentados y quizás una de las formas más silenciosas es la violencia simbólica. Esta última es conocida como una interiorización de aquellas que son más “externas”, en ella el ser en cuestión se siente en completa obediencia convirtiéndose así en un automatismo del hábito como decía Byung-Chul Han. Si lo pensamos, quizás como sociedad no estamos tan alejados de una interiorización de la violencia, quizás nadie está libre de la naturalización de la violencia.

La internalización psicológica de la violencia va desde los parajes más recónditos de la infancia, es decir; las situaciones que enfrentamos en nuestra niñez marcan la vida del ser, siendo esta etapa la más importante para desarrollar una personalidad y patrones de conducta. Estos hechos pueden ocurrir en nuestras relaciones de amistad, en el colegio, con nuestros padres o familia, entre otros ejemplos. Hoy en día, puedo dar fe de que es absolutamente cierto lo relacionado a que nuestra formación en la infancia crea patrones que podrían -a largo plazo- convertirnos en lo que somos hoy, sin embargo, el sistema y sus herramientas de normalización, estigmas y estereotipos son una especie de técnica disciplinaria; donde a través de intervenciones silenciosas -que ni siquiera vemos- se adentran en nuestros pulsos nerviosos y consciencias; inhibiendo así nuestras capacidades como especie.

La comunidad científica acredita que muchas habilidades que tenemos en nuestra vida se van apagando debido a factores externos, algunos de estos son: el biopoder, la mercantilización de la industria farmacéutica, los alimentos que consumimos, la manera que tiene el colectivo de alguna u otra forma “imponer” nuestra forma de vivir nuestra sexualidad, incluso, desde nuestra manera de ser “adultos”. ¿Aún se cree en eso de la “adultez”? ¡Pero si es una completa estupidez! Tal vez se pensó que el ser contemporáneo podría lidiar con ello y cambiar como se están haciendo las cosas, pero la violencia que sufrimos y que lamentablemente la ejercemos incluso entre nosotras y nosotros; nos rompe, siendo así un ciclo digno de representarse en un uróboros, o incluso caer en una especie de sin sentido. Todo esto perfectamente cocinado por una forma de “producción” capitalista, donde la coacción de libertad que proporciona no hace que la violencia desaparezca, más bien hace que se cambie la direccionalidad de ésta, transformándose en autoagresividad y ahí tenemos los casos de suicidio y otras condiciones que nos hacen creer que este sistema ha abandonado el concepto de sujeto para transformarnos en proyecciones de sujetos.

Dentro de esto último no podemos olvidar a Girard y lo que profesaba sobre la vergüenza con un complemento de la construcción social de la adultez, cito: “El mimetismo del deseo infantil es universalmente reconocido. El deseo adulto no es diferente en nada, salvo que el adulto, especialmente en nuestro contexto cultural, casi siempre siente vergüenza de modelarse sobre otro; siente miedo de revelar su falta de ser. Se manifiesta altamente satisfecho de sí mismo; se presenta como modelo a los demás; cada cual va repitiendo “imitadme” a fin de disimular su propia imitación” (La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona, 1983, p.153). Entonces podremos dilucidar que las construcciones sociales son parte de este tipo de violencia, transformándonos en chivos expiatorios, término que también acuña este francés, englobado en el deseo mimético, donde nuestros deseos no pasan directamente sobre lo deseado, o más bien dicho, el proceso de “concretar” la idea de deseo no va en línea recta, ni va desde nuestra facultad; sino que pasa por un modelo o mediador, creando así un esquema triangular de la formulación del deseo (deseante-modelo/mediador-objeto deseado), para así dominar hasta lo más profundo de nosotros, tal como se dijo al principio, y finalmente se puede entender también como violencia simbólica este modelo/mediador que está en el interior de la sociedad, irrumpiendo nuestro ser llegando en algunos casos- como se dijo antes- a la autoagresividad.

Este tipo de violencia puede propagarse en cualquier medio, desde los hogares más tóxicos, hasta en lugares con principios algo mal entendidos y la construcción social de la adultez como un baluarte del miedo y deseo de otros, como un deseo mimético. Como un espiral de la violencia, y lamentablemente como sociedad, la mímesis es un comportamiento natural de los seres humanos, no hay socialización posible sin ella. Asumo que el lector podrá tener varias preguntas, incluso se formulan preguntas y paradigmas, pero creo que la pregunta más adecuada sería ¿qué hacemos entonces si nos dimos cuenta que estamos sometidos bajo este tipo de violencia?”… La respuesta podría ser la contraviolencia, quizás estamos muy sometidos como sociedad y quizás no podamos hacer mucho hoy, pero las y los ciudadanos del mañana sí…  ¡Qué tontería dije! Podemos cambiar el rumbo, a lo mejor aún no en forma de acción, pero sí en forma de exteriorización de lo maligno que es este tipo de violencia, total, los adultos ahora somos nosotras y nosotros.