SALUD MENTAL: ARMANDO UN ROMPECABEZAS

En años pasados, era cotidiano escuchar que las enfermedades psiquiátricas eran un “invento” o “excusa” para eludir responsabilidades en distintos ámbitos. En la actualidad, sin embargo, esta concepción ha ido en franco descenso, principalmente por el exigente estilo de vida actual; ya que  la población se está dando cuenta de las graves consecuencias que conlleva el no mantener una salud mental óptima. En el ámbito clínico, ha ocurrido una tendencia similar, ya que se conoce la existencia de las enfermedades psiquiátricas desde la antigüedad (Soranos de Éfesos en el siglo II d.c. aconsejó como tratamiento de la excitación maníaca: el baño y consumo de aguas minerales); no obstante, pasaron diecisiete siglos antes de que se retomara el estudio de la manía, en parte, gracias al descubrimiento del litio en 1817. Recién en 1949, John Cade presenta su trabajo sobre el uso de sales de litio en el tratamiento de la excitación psiquiátrica, lo que en conjunto con la celebración del primer Congreso Mundial de Psiquiatría en París, se considera como el nacimiento de la psicofarmacología moderna. Casi al mismo tiempo, se descubrió en 1950 que la iproniazida- usado en la tuberculosis- tenía actividad antidepresiva, comenzando a utilizarse para estos efectos. Luego, en 1952 se descubre que la clorpromazina poseía efectos antipsicóticos transformándose así, en el primer medicamento utilizado en la esquizofrenia. Esto supuso una gran revolución farmacológica de las enfermedades psiquiátricas, ya que se comenzó a sintetizar una gran cantidad de principios activos, que han permitido mejorar la calidad de vida de las y los pacientes por su eficacia clínica cada vez mayor y menor aparición de efectos adversos graves y/o molestos. De esta forma, la misma clorpromazina, induce temblores tipo Parkinson, no así los antipsicóticos modernos (quetiapina, olanzapina) que carecen de este efecto. En la misma línea, los antidepresivos tricíclicos (amitriptilina, imipramina) utilizados por largos años en el tratamiento de la depresión, son poco seguros y promueven la aparición de efectos cardiovasculares potencialmente graves (fibrilación ventricular). Es por ello que la aparición de los inhibidores de la recaptación de serotonina (fluoxetina, sertralina) permitió optimizar la eficacia clínica del tratamiento de la depresión, con una menor tasa de efectos adversos, siendo la pérdida de la líbido, eyaculación retardada y anorgasmia los más comunes. Estos efectos no son graves, pero generan incomodidad y frustración, retardando la mejoría del paciente. En consecuencia, las personas que manifiesten estos efectos deben conversar con su psiquiatra para buscar la mejor solución posible.

Esta gran revolución psicofarmacológica permitió mejorar la calidad de vida de los pacientes psiquiátricos a niveles estratosféricos, por ejemplo, los que tenían esquizofrenia pudieron ser manejados con mayor facilidad y el estigma social negativo ha ido disminuyendo. Además, aumentaron las investigaciones, a fin de conocer la fisiopatología de las enfermedades y el desarrollo de nuevos fármacos, con la meta de incorporarlos en los sistemas de salud. En Chile, recién se desarrollaron planes de Salud Mental y Psiquiatría en 1993 y 2000, con el objetivo de aumentar la cobertura y avanzar en pos de un sistema de atención comunitario. Proceso que se reforzó con la inclusión en el Plan AUGE (actual GES) de la esquizofrenia, depresión (en mayores de 15 años), drogadicción (en menores de 20 años) en el 2006 y del trastorno bipolar (en mayores de 15 años) en 2013. Con esto, el Estado de Chile busca garantizar el acceso a profesionales y medicamentos para estos pacientes. A pesar de ello, el número de psiquiatras y otros profesionales sigue siendo bajo en el sistema público, encontrándonos con muchos especialistas que sólo atienden de forma particular y en donde el valor de cada sesión equivale aproximadamente a un quinto del sueldo mínimo. De igual forma y según el Plan Nacional de Salud Mental 2017, siguen existiendo problemáticas relacionadas con el elevado tiempo de espera en la primera consulta, escasa cobertura en menores de edad, población rural y minorías étnicas, disminución en el porcentaje de recursos destinados a salud mental y mala distribución de estos, baja participación de familiares en la terapia y diferencias en atención entre servicios de salud e incluso entre comunas.

Junto a las deficiencias anteriormente mencionadas, se continúa teniendo desconfianza hacia los fármacos por muchos pacientes y población en general, debido a los efectos adversos iniciales y el uso irracional de compuestos que provocan dependencia psicológica y física, como las benzodiacepinas (clonazepam, diazepam), que hasta 1995 tuvieron bajo control de venta, promoviendo una imagen negativa hacia estas sustancias. En la actualidad, estos fármacos se dispensan con una alta regulación (receta retenida con control de saldo y receta cheque), a diferencia de otras familias de medicamentos (antipsicóticos, antidepresivos, estabilizadores del ánimo) que tienen escasa capacidad de generar dependencia psicológica, pero sí pueden inducir síndrome de abstinencia al dejar de consumirlos repentinamente. Esto último se puede evitar con la disminución gradual y paulatina de las dosis.

Los trastornos psiquiátricos son una causa importante de discapacidad laboral y disfunción social, debido a alteraciones del estado del ánimo, fases paranoicas y/o aislamiento social. Por lo tanto, una correcta terapia psicofarmacológica es un trabajo en conjunto entre psiquiatras y psicólogos, ya que los primeros son los encargados de diagnosticar la patología y prescribir el (los) medicamento(s) correctos para obtener una eficacia clínica significativa; mientras los segundos tienen la función de observar, guiar el avance y la  formación de hábitos saludables (alimentación sana, higiene del sueño, control de la ansiedad, entre otros). De esta forma, ambos profesionales, en conjunto, pueden evaluar sesión a sesión el progreso de cada paciente siendo fundamental la labor de este último, informando cada detalle observado, tanto positivo como negativo, durante el tratamiento; a fin de optimizar la eficacia clínica del fármaco y la menor aparición de efectos adversos del mismo, con el objetivo de favorecer la rehabilitación y reinserción social de las personas.

A la fecha, es notable el gran avance en las terapias utilizadas para controlar estas patologías, enfocándose en la educación y uso racional de medicamentos, pero se mantienen falencias en cobertura, calidad y adhesión al tratamiento (tanto pacientes como familiares).En conclusión, tenemos todas las piezas del rompecabezas; empero, no hemos sido capaces de armarlo por completo.