Por: Diego Montecino
Imaginemos que por azares del destino, buenas o no tan buenas decisiones; obtienes el liderazgo supremo de la humanidad. Te conviertes en ese ente imaginario que engrosa narrativas de la conspiración. Ya seas illuminati, reptiliano, Rothschild o el Arquitecto de la Matrix; en tus manos tienes el control de enfermedades, guerras, dictadores o de elegir la próxima canción pegajosa del verano.
Sin embargo, es necesario mantener a la población a raya; evitar que se rebelen. Si debes crear tu “Nuevo Orden Mundial”: ¿Qué principio seguir?, ¿cómo mantener la población controlada?
Revisando distopías
Se considera “distopía” a una sociedad indeseable para vivir. Como género literario es usada para representar en qué podría convertirse nuestra sociedad; ya sea por buenas o malas intenciones. Nosotros de Zamiatin, 1984 de Orwell y Un Mundo Feliz de Huxley son libros en cuyas narrativas hay gobiernos únicos y centrales que controlan los aspectos más íntimos de su población.
En Nosotros la población es regida por la razón. La ciencia y el adoctrinamiento han logrado la formación de personas carentes de emociones y libertad de acción, creando una población sujeta a reglas. En cambio, en 1984 el estado ejerce su poder por el miedo. La guerra constante, una vigilancia omnipresente y la amenaza de tortura a quienes piensen distinto subyuga a la población. En el sistema de Un Mundo Feliz, se controla una sociedad de castas por el placer. La población es genéticamente modificada y educada para vivir en constante felicidad por la vida que se les designa y las drogas con que se les paga.
Entonces; razón, miedo o placer: ¿Cuál elegir? Entendiendo que el ser humano es difícilmente un ser racional y que frente al miedo y la opresión el riesgo de rebelión es constante, someter por el placer parece lo más sencillo.
«Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.»
“Un mundo feliz” (1932), Aldous Huxley
El ejercicio del poder
«Palo y bizcochuelo, justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres»
Diego Portales
Entre premios y castigos –especialmente estos últimos- está la estrategia predilecta por los dictadores y es como acostumbramos a entender el poder. Vemos el poder además como una propiedad transferible depositada en instituciones. Sin embargo, si la sociedad tiende a desviarse de su camino y necesitas corregirla constantemente ¿No lo estarás haciendo mal? ¿No sería más fácil que cada quien actúe sin siquiera corregirle?
Michel Foucault nos dice: «El momento en que se percibe que era según la economía de poder, más eficaz y más rentable vigilar que castigar. Este momento corresponde a la formación, a la vez rápida y lenta, de un nuevo tipo de ejercicio del poder en el siglo XVIII y a comienzos del XIX.». Para Foucault existe un tipo de poder más efectivo que el represivo: el poder disciplinario, también conocido como poder normalizador.
Antes que con cualquier institución y el poder que represente; un típico ciudadano promedio enfrenta su despertar de cada mañana; no de cara a un líder supremo, sino frente al espejo o con quien convive. No saldrá desnudo, no gritará en público, no robará, ni desafiará ninguna autoridad ¿Por qué? Primero, porque ha sido educado para ello. Segundo, porque junto con él, todas las personas que conoce han recibido la misma educación; definiendo en sociedad lo que es considerado normal. Por último, tercero y más importante: en el ejercicio que define lo normal, cada integrante de la sociedad vigila constantemente a su prójimo, educando y exigiendo que estas reglas se cumplan. Vigila y castiga. Nuestro ciudadano o nuestra ciudadana promedio, no romperá ninguna regla porque no quiere ser considerado loco, loca o inmoral; no atentará contra lo normal para evitar ser castigado por sus propios semejantes.
La característica más relevante del poder normalizador es su omnipresencia e inmaterialidad; está en todos lados y a plena vista donde haya un humano, no obstante, ningún humano es pleno responsable.
De la obligación de ser felices
En definitiva, si creas un sistema de control basado en la falsa felicidad del placer pasajero de consumo, difícilmente tendrás quienes se rebelen contra ti; después de todo, alguien feliz no se queja. Además, en el caso de que alguien se incomode con las normas que le rigen, estaría siendo vigilado y castigado por las mismas personas que le rodean y exigen esas normas; debido al poder disciplinario. Felicidades, has logrado controlar a la humanidad, has creado La Dictadura de la Felicidad.
«Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. (…) En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo»
Byung-Chul Han
De esta manera, en la dictadura de la felicidad cada persona es interior y exteriormente obligada a ser feliz en la mayor cantidad y duración posible. Cualquier sentimiento o persona que no aporte a tu euforia constante es un contratiempo que debe ser barrido; en lugar de dar tiempo a ello para aprender a corregir lo que puede estar mal.
Tú, la persona dentro de la norma
Lamentablemente para ti, perteneces a esa ciudadanía promedio que se reprime y obedece; terminarás leyendo esta columna sin liderar sobre nadie ¿O sí? Porque hay una buena noticia: no hay tal cosa como un líder supremo, las reglas por las cuales como humanidad buscamos nuestra felicidad no están escritas por una sola persona, ni siquiera están escritas en piedra. Cambias cada norma del “poder normalizador” por cada acción salida de sus límites. Cambias el consenso de lo normal tiñéndote el pelo, pintando un cuadro, expresándote, protestando, reclamando nuevos derechos, explorando tu sexualidad o, por ejemplo, dándote el permiso a experimentar y aprender de tu tristeza sin sentirte de menor valor por ello.