Por: Camila Rojas Sánchez
Llevamos más de 2 meses de cuarentenas voluntarias u obligatorias y, con esto, las videollamadas abundan nuestras vidas, ya sea en el ámbito del trabajo, la familia, amigos, u otro que necesite de este formato de comunicación.
De esta manera, nos hemos percatado de que se abre una puerta a la intimidad de cada persona, cuidándonos de no estar en pijama, de que nuestros convivientes no deambulen cerca nuestro, de que no se vea desordenado, etc. Así, lo que era nuestro espacio íntimo se vuelca como un espacio público, donde entra todo tipo de personas, incluso quienes jamás pensamos que entrarían a nuestro hogar.
Analizando lo dicho por la filósofa Hannah Arendt (2009) o para el filósofo y sociólogo Jürgen Habermas (1994), nuestra sensación de la realidad depende de la existencia de una esfera pública, pues allí se manifiesta algo así como un límite de tolerancia que construye los criterios de lo que es apropiado y de lo que es inapropiado, donde lo inapropiado públicamente queda para el ámbito privado. Y justamente allí radica el principalmente problema, ¿qué ocurre cuando el ámbito privado se vuelve público?
Aquí las teorías feministas y las teorías multiculturalistas tienen mucho que decir y es que el establecimiento de un modelo universal de “individuo” y del “deber ser” en público, no hace más que poner dificultades para que se tengan en cuenta las desigualdades de poder dentro de morales universalistas. Además, fomentar la lealtad de las distintas formas de vida hacia una misma configuración política abstracta, neutral e igualitaria, basada en la resolución de conflictos para buscar un mismo “horizonte interpretativo común” (aproblemático), puede resultar opresivo o discriminador contra grupos que basan sus demandas en una consideración diferencial.
Esto, incluso, puede atentar contra las rutinas privadas, pues donde antes eras libre de ser diferente, de no tener reglas impuestas, de ser políticamente incorrecto; desaparece frente al boom de las videollamadas y con ello hay una reconfiguración de los espacios íntimos y públicos.
Estas nuevas formas de telerelaciones en la sociedad de la información, en donde la cultura digital y telepresencial ha tomado el control de la socialización humana, presentan una convergencia del ser social desde el hogar, sin mucho éxito; por lo demás, como señala el ciberpsicólogo Andrew Franklin (2020), las videollamadas entre varias personas suponen una dificultad para la visión central del cerebro y lo obliga a descodificar a tanta gente al mismo tiempo que no se obtiene nada significativo de nadie, ni siquiera de la persona que habla.
De esta forma, el beneficio de las tecnologías de información y de comunicación, es asimétrico, porque como señala Boaventura de Sousa Santos (2013), cada vez se prescinde más de los usuarios, de modo que la interactividad de dichas tecnologías se va deslizando hacia la interpasividad de los usuarios históricamente excluidos, quienes no cuentan con tiempo ni espacio para generar o pensar una crítica al sistema en el que se encuentran.
Entonces la herramienta de comunicación y la aparente libertad que nos ofrece la telepresencia se desvela así, al someterse el marco de análisis biopolítico, como algo más que un instrumento de comunicación y aparece como una nueva expresión de lo que Foucault llama la ironía del dispositivo, nos hace creer que en él reside nuestra liberación, cuando en realidad lo que está provocando es la menoscabo de la voluntad humana.
Referencias:
- Arendt, H. (2009). La Condición Humana. Buenos Aires: Paidos.
- Franklin, A. (07 de Mayo de 2020). A cyberpsychologist explains why you can’t stop staring at yourself on Zoom calls (and everyone else is probably doing the same). (S. Feder, Entrevistadora)
- Habermas, J. (1994). Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
- Santos, B. d. S. (2013). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Santiago: LOM.