Cada 28 de junio se conmemora un nuevo día Internacional del Orgullo, en el que se recuerdan las manifestaciones en Stonewall (1969). Ese día, la población LGBTIQ+ se levantó contra la policía, que había hecho una redada en uno de los pocos lugares de esparcimiento que los acogía en Nueva York: Stonewall Inn. En particular, aquel bar era un espacio considerado seguro para travestis y hombres de actitud o apariencia femenina, por lo cual eran perseguido por el Escuadrón de Moral Pública.
Desde entonces, la diversidad sexual se ha manifestado ese día rememorando el hito, protestando por sus derechos y en contra de los abusos. Un amplio y variado sector de la sociedad se ha organizado desde hace décadas para oponerse ante la discriminación por orientación sexual o identidad de género, demandando leyes que protejan a esta población. Dado que han sido históricamente violentados, el día del Orgullo viene a recordar el derecho que tenemos todas las personas de ser nosotras mismas y no sentir vergüenza, ni decepción por ello. Así, las marchas y eventos masivos en este día se han institucionalizando, evolucionando y reinventando.
En Chile, el movimiento comenzó a manifestarse desde 1973, aunque la primera marcha fue muy posterior. En ese entonces, se denominó “Por la no Discriminación” y fue convocada por el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (MOVILH) en el año 1999. Desde esa ocasión, año tras año, ha sido esta organización quien ha convocado a la concentración. El aporte de las diferentes instituciones en favor de la diversidad sexual es innegable, en cuanto a la visibilización de problemáticas sociales, pero su conexión con la colectividad que busca representar, no parece haber evolucionado positivamente.
En un mundo en el que la población LGBTIQ+ ha sido forzosamente ocultada o disfrazada a la vista pública, resulta lógico entender que las marchas estén llenas de colores, vestuarios, luces, música y mucha diversión para celebrar la diferencia que se castiga día a día. No obstante, sigue siendo un día de protesta y si se monta un carnaval en las calles, éste es un acto de protesta en sí mismo. Sin embargo, la organización de estos eventos parece tener otras prioridades, las cuales han llevado a severas polémicas con integrantes de la población LGBTIQ+, debido a las inconsistencias en su representación.
En un afán comercial, grandes marcas se han unido a estas manifestaciones, convirtiendo este evento por los derechos para todos y todas, en una excelente oportunidad para hacer publicidad. Una de las que particularmente hizo polémica el año pasado fue Absolut, quien subió sobre su carro del Orgullo, a Ariel Levy. El mismo que había sido cuestionado por actitudes patriarcales poco tiempo antes. En la misma actitud errónea, el año anterior, la agencia Largavista había anunciado como invitado al controversial Karol Lucero, el cual finalmente no se presentó, debido a una masiva funa por Twitter. Ambas figuras tienen escasa vinculación con el movimiento político en favor de la diversidad sexual y, por lo tanto, su presencia ahí era injustificada.
La masividad que alcanzó esta fiesta, con menor carácter de protesta, trajo consigo la presencia de estos hombres heterosexuales de actitud machista. En general, gran parte de la marcha se sostiene con la presencia de carros alegóricos de marcas nacionales o internacionales, dando entretenimiento a los y las asistentes. Así, ya no contemplamos realmente una marcha, ya que no hay movimiento, ni una interrupción súbita del tránsito; pues es un evento autorizado y negociado con el gobierno de turno. Algunos asistentes aún llevan pancartas, pero las demandas se pierden en la frivolidad comercial que les rodea. Además, las demandas aclamadas en el evento vienen de parte del mismo MOVILH, pero ¿Conversaron con quienes se suponen representan? ¿Alguien les preguntó qué es lo que querían realmente?
La falta de representatividad, que la comunidad siente ante este espacio carente de reflexión política, ha llevado a coordinadoras disidentes a levantar “La Otra Marcha“. El activismo servil a la hegemonía que ha hecho el MOVILH y otras organizaciones de supuesta disidencia, ha instalado una imagen de gays hetero-friendly y ha postergado a sectores más violentados como transgéneros o identidades no binarias. En respuesta, La Otra Marcha es un espacio de disidencia de la disidencia, que busca conseguir instalar las demandas y defender los derechos que por tantos años se han venido vulnerando.
Si bien, han habido avances para la población de la diversidad sexual, como la Ley Antidiscriminación y la Unión Civil, la discriminación sistemática sigue existiendo a nivel institucional y muchas personas siguen siendo asesinadas o violentadas por su diferencia. Así, se vuelve prioritario mantener y acentuar el carácter de protesta del día del Orgullo y es precisamente lo que las organizaciones que han monopolizado los eventos han dejado de lado.
Incluso en el evento virtual de este año, mientras las y los representantes de los diversos grupos integrantes de LGBTIQ+ pidió quitar el marketing oportunista de la protesta y darle visibilidad a las identidades disidentes, el MOVILH insistió en llevar marcas y subir al carro a rostros de televisión que nadie solicitó, como María Luisa Godoy o Diana Bolocco. De la misma manera, Fundación Iguales pensó en dar una bella sorpresa montando un espectáculo luminoso en Plaza de la Dignidad en plena cuarentena, lo cual fue pésimamente recibido por la comunidad y fue abortado horas antes.
Es importante, como mínimo, que las instituciones dialoguen con la población que supuestamente representan y mantengan el decoro ante todas las muertes y dolores que cargan los sectores históricamente discriminados. Finalmente, al darle la mano y subir al carro a las grandes empresas, las instituciones a favor de la diversidad sexual, no hacen más que replicar la invisibilización histórica de la sociedad LGBTIQ+ y exponerlos a un aprovechamiento económico.