Las pandemias ocurridas en el mundo nos han remecido no solo en nuestra condición de seres sociales, sino que reafirma la condición frágil de lo “humano”, y lo mucho que lo somos, ante la inevitable llegada de la muerte. Sin minimizar la fragilidad del sistema imperante en materia económica, política y salud, también debemos ver este periodo como un momento para reflexionar y concluir que nuestro mundo está en una crisis.
Uno de los aspectos de los que se debe debatir en este proceso es la gran deuda que se tiene con nuestros aborígenes, su historia e influencia en nuestro presente, ya que principalmente nuestro país posee hermosas historias que coexisten en esta superficie de tierra y mar. La Interseccionalidad y la reflexión de los procesos que se vivirán en el futuro, deberían estar basados en el pensamiento decolonial, lo que podría ser un elemento de respuesta a todo eso, a querer más las raíces y así quizás erradicar conductas que están normalizadas y ya bien sabemos, están pasando en la Araucanía u otros lugares.
Una de las premisas del pensamiento decolonial es el desecho de la terminología de Raza como una jerarquía, una forma de dominio biológico y, por consiguiente, el dominio social por el colonialismo de distintos pueblos a través de la idea de raza desde la historia y política [1]. Este ha sido el principal motor del avance de la modernidad europea, así también uno de los cimientos del capitalismo como lo conocemos a través de una especie de colonialidad global.
Tenemos la concepción de Ramón Grosfoguel de que estamos frente a un sistema-mundo europeo/euro-norteamericano capitalista/patriarcal moderno/colonial. Todo ello bajo el concepto de colonialidad de poder descrito por Aníbal Quijano: “(…) la colonialidad del poder implica, en las relaciones internacionales de poder y en las relaciones internas dentro de los países, lo que en América Latina ha sido denominado como dependencia histórico-estructural.”[2] y, curiosamente, también propone que las distintas razas pasaron de ser una clasificación étnica a una geocultural (negros/africanos, amarillos/asiáticos, mestizos/americanos, etc.).
La clasificación anteriormente mencionada debería incorporar el parámetro de género e incluso la sexualidad. Es más, lo que conocemos por género es algo implantado desde la colonia, bajo el horrendo trato que recibieron nuestros aborígenes por parte de los colonizadores, llevado a límites inhumanos. Este trato, que no tuvo distinción de hombres, mujeres ni niñas/os, ni mucho menos humanas/os – incluso con la negación de dicha condición. Los pueblos originarios eran categorizados como un obstáculo para la cristianización y la posterior dominación. Si no lo ven tan claro, revisen distintos artículos que relatan la vida de Bartolina Sisa y su horrenda muerte.
En conclusión, la colonialidad del poder es el punto oscuro de la modernidad, la que se sumerge en cada uno de los pueblos que fueron dominados y cuyo valor tuvo influencia en la prosperidad de los países colonizados. La postura decolonial, por tanto, derriba el maligno mito de la superioridad de los europeos, abandonando el eurocentrismo.
El proceso que se propone en este escrito para resolver el problema de la colonialidad de poder es la emancipación. Es un factor complejo de lograr debido a que el arraigo de patrones de conducta, distintas concepciones históricas observadas en los textos de historia en las/os niñas/os y en la historia de nuestro país y el poco interés de nuestra generación en los procesos de colonización llevan a que una real emancipación sea una especie de utopía.
Sin embargo, no se quiere proponer así mismo la emancipación como un proceso de distintas acciones solo conociendo la historia, sino que sintiéndola. Con “el sentir” me refiero principalmente a que en nuestros genes se encuentran las ansias de emancipación que poseían nuestros antepasados, la inhumanidad no se ha acabado, quizás no se refleja en tortura, muerte e imposición de creencias, pero si en formas de injusticias, de indolencia y falsa creencia de dominación. Es por eso que los distintos movimientos sociales en Latinoamérica son tan álgidos, porque las ansias de justicia de nuestros antepasados, fueron heredadas por nosotras/os para construir un mejor futuro.