A menos de dos meses que llegue el 25 de octubre, fecha en donde después de 32 años se volverá a realizar un plebiscito en nuestro país, pareciera ser que la pandemia quedó en un segundo plano, que ahora lo más importante, más allá de cuidarnos, es realizar a toda costa el plebiscito para preguntarle a la gente si quieren una nueva constitución y de qué forma quieren crear esta.
Plebiscito que, por lo demás, ya fue postergado por razones sanitarias, mismas razones que hoy; a menos de dos meses del escenario decisorio, no ha cambiado, es más han empeorado de tal forma que dejan a nuestro país dentro del ranking de los 11 países con más contagios en el mundo.
A pesar de estos datos, ambos bandos (“Apruebo” y “Rechazo”) apoyan la idea de realizar los comicios, como si con el pasar de los días sucediera un milagro y pudiéramos salir de este terrible ranking; o como si la cura pudiera aparecer en estos 40 días o; lo que es aún más esperanzador, que las políticas realizadas por el ejecutivo fueran a tener un efecto positivo.
Claramente nada de esto pasará. Es cosa de analizar lo que ha pasado con el desconfinamiento del programa “Paso a Paso”, donde la población ha dejado mucho que desear, claramente el rebrote llegará y, como en todos los países del hemisferio norte, quizás lo haga incluso con más fuerza que en un comienzo.
Desde hace algunas semanas, las cifras de contagiados y muertos ya no impactan, los días continúan y, en general, la ciudadanía se está acostumbrando a convivir con la pandemia. Al adaptarnos, también se descuidan las medidas para prevenir los contagios, lo que implicará altos costos sanitarios.
Los grandes sectores Económicos y Políticos se juega en octubre, algo que va más allá de si los contagios siguen o no. Es la “estabilidad” política-social de Chile. Algunos como Juan Sutil, presidente de la CMPC, quieren que el plebiscito se haga luego para que, de alguna manera, se calme la gente y la inversión puede avanzar “sin inseguridades”. El Senador Elizalde, del Partido Socialista, señala que no hay ninguna razón de postergar el plebiscito, incluso junto a la “oposición” propusieron 13 medidas para un “plebiscito seguro”, como si alguna vez las medidas
implementadas pudieran realmente protegernos de lo que se viene. Acá todos tienen intereses personales en que el plebiscito se realice, ya sea como trampolín o como un fin para asegurarse seguir en la palestra política. Otros, ya más derrotados, quieren paz para sus inversiones: tal como dijo hace un tiempo nuestra primera dama “tendremos que compartir nuestros privilegios”. Sin embargo no están considerando que para todos será un real suicidio colectivo, tanto en pérdida de vidas como en la institucionalidad del evento.
Un suicidio, no tiene otro nombre ¿Es que acaso cabe alguna duda de la masividad que tendrá este plebiscito? Comparemos con el último plebiscito que vivió nuestro país, en 1988, donde existía un universo de 7,435,913 millones de ciudadanos y ciudadanas inscritas para votar, donde el 97,53% sufragó, es decir, 7.251.933 chilenos y chilenas se manifestaron en esos comicios.
Si esa estadística la lleváramos a la población que está habilitada para votar hoy, tendríamos que de los 14.855.719 chilenos y chilenas habilitadas para sufragar y lo harían cerca de 14,488,782 ciudadanos y ciudadanas.
¿Estaré siendo muy optimista con esta cifra? Tomemos la que plantean los
sectores más conservadores, donde pronostican que un 80% del padrón irá a votar, es decir, aproximadamente 11.884,575 chilenos y chilenas. Casi 12 millones de compatriotas se movilizarían para sufragar, número muy superior al de las últimas elecciones, donde fueron a votar poco más de 7 millones.
Claramente las ciudades colapsarán, sobre todo considerando que estamos en pandemia y, que se deben cumplir una serie de normas sanitarias para, por ejemplo, el desplazamiento de la gente. Probablemente el transporte público no dará basto, o la gente irá en vehículos particulares, generando tacos monumentales ¡Y para qué hablar de los lugares donde estacionar! Con 12 millones de personas exigiendo su derecho a sufragar cumpliendo el distanciamiento social simplemente las filas serán eternas.
Algunos podrán decir que esta aproximación no tiene ningún asidero, pues ahora la votación es voluntaria, a diferencia de la de 1988, pero no olvidemos que para dicho plebiscito la gente se fue a inscribir en masa para sufragar, ya que ningún mayor de edad pasaba automáticamente habilitado para participar en las elecciones y gran cantidad de la población ELIGIÓ realizar los trámites para ser parte de ese histórico momento para nuestro país.
Ahora, si comparamos tiempos, otros podrán argumentar que existía una motivación mayor, que era sacar al dictador Augusto José Ramón, lo que daría a la gente más argumentos para inscribirse y participar en la fiesta democrática, pero ojo, ¿Es que acaso ahora no es igual de trascendental? ¿Acaso tener la oportunidad de cambiar el último legado, el último recuerdo, el último vestigio, de la dictadura de Pinochet no es algo trascendente para nuestra nación, sobre todo para las víctimas directas de ésta?, ¿Es que acaso nuestras autoridades no se han dado cuenta de lo masivo e importante que será esto?
Al parecer la miopía que los caracteriza ya pasó a cataratas o quizás, a estas alturas, a una ceguera total. Basta recordar aquel 25 de Octubre de 2019, donde sólo en Santiago 1.2 millones de compatriotas repletaron Plaza Dignidad y sus calles; datos desde el centralismo, pero básicamente se protestó en todas las ciudades de nuestro país, incluso en aquellos pueblos donde jamás se había hecho antes. En total fuimos millones de chilenos y chilenas que, en un solo día, sin dirigencia, sin liderazgo alguno, sin una cara visible, ni representantes claros. Sólo con cooperación, empatía y coordinación “informal” se hizo historia en Chile. Porque no se estaba protestando para sacar a un dictador, sino que por un bien incluso superior, estábamos protestando para cambiar un país. Millones de personas salieron a las calles con un único fin de cambiar nuestras vidas y eso jamás había pasado en la historia de Chile.
Puede que esta ceguera no sea propia del gobierno de turno, sino que de toda una clase política acostumbrada a los privilegios, los cuales viven incluso al momento de sufragar, donde dada su connotación pública y el riesgo de que las aglomeraciones de personas a su alrededor entorpezca el flujo normal de votación, se les da prioridad para avanzar adelante en las mesas. Quizás es por este punto, que suena tan sencillo y lógico, la explicación a por qué las autoridades no se han dado cuenta de lo desastroso que será realizar el plebiscito en plena pandemia ¿Acaso no han considerado que los centros de votación en su gran mayoría son colegios públicos? Que, para quienes estudiamos en dichos lugares, es evidente que no serán suficiente para aguantar a la cantidad de gente que irá a votar.
Es casi imposible mantener distanciamiento social en lugares donde, para 4 mesas electorales, se destina una única sala (que, además, suelen no ser de un tamaño adecuado para este objetivo) ¿Se imaginan las largas filas, el protocolo de entrada y salida que se deberá adoptar, las medidas para mantener la higiene de manos frecuente, regular el uso adecuado y obligatorio de la mascarilla o protección facial, etc, para que en un solo
día (por no decir mañana y tarde) voten casi de 12 millones de personas?
¿Dantesco verdad?
El hecho no sólo radica en lo complejo que será el realizar un plebiscito con un número de votantes que prácticamente aumenta en un 71% (más de 5 millones de votantes) de lo que estamos acostumbrados, sino que también en lo complejo que será cumplir las normas sanitarias, sobre todo si el organismo que queda a cargo (Servicio Electoral, SERVEL) es uno cuya labor se distancia con creces de la labor sanitaria y que incluso en condiciones normales, cumpliendo sus funciones, han cometido “actos milagrosos”, dignos de investigación papal, haciendo sufragar a los muertos.
Entonces, ¿Cómo confiar nuestra salud en un órgano que, además de no estar familiarizado con este tipo de decisiones, ni siquiera ha podido hacer bien su trabajo? Un organismo que tiene aproximadamente 406 funcionarios, estará a cargo del plebiscito más grande de nuestra historia, en pandemia y además debe encargarse de la sanidad de los locales de votación, complejo, por decir lo menos, ¿no?
Sus decisiones sólo traerán complicaciones, nada nos asegura de que se podrán constituir todas las mesas, o que los colegios lleguen a estar tan repletos que deban cerrarse momentáneamente para descomprimir, haciendo que la gente elija no votar a perder tiempo y exponerse al contagio dañando de esta forma la institucionalidad, pues no se está otorgando lo básico para un sufragio seguro y accesible para todos, como debería ser.
Ahora, a todo esto, sumen la última discusión que se ha generado: ¿Deberían votar los contagiados de COVID?, comprendo el porqué se propone dado que las medidas que previenen el contagio y buscan mantener un proceso seguro y “aséptico” para quienes se encuentran sanos serán evidentemente insuficientes, pero, quitar el derecho de sufragio a aquellos que se encuentren enfermos va clara e indiscutiblemente en contra de la legitimidad democrática, siendo incluso
inconstitucional. ¿Qué ironía no?
Personalmente soy partidario acérrimo del cambio de constitución, a través de una Convención constitucional, tengo muy claro el momento histórico que vivimos y el gran paso que como país estamos dando, sin embargo, no podemos perdernos en la emoción, dejarnos llevar por la ilusión y paz que podría traer. No podemos ignorar el lado racional que nos hace ver que un plebiscito de este calibre, de esta importancia, en las condiciones sanitarias en que nos encontramos será un fracaso (por no decir un suicidio).
Si tanto nos ha costado llegar a este momento histórico, si ya hemos esperado 40 años para cambiar nuestro acuerdo social, ¿Qué cuesta aplazarlo unos meses más? ¿Para que hacernos matar y arriesgarnos en pandemia? La victoria es casi segura, pero así también inevitablemente morirá gente en este plebiscito y no lo podemos priorizar por sobre las vidas humanas. No lo podemos permitir, si nos costará más vidas, si con ello perdemos a más conciudadanos y conciudadanas. Si para tener un país mejor, tenemos que “dejar ir” a más compatriotas; a muchos y muchas que, al igual que nosotras y nosotros, pueden estar llenos de ilusión, ideas, proyectos y energía para lograr este país que ansiamos. No deberíamos detenernos y reflexionar: ¿Nuestra historia no tiene ya suficientes muertos?
Emerson A. Avendaño Llanca