Un sábado cualquiera de este largo periodo de encierro, me aventuré en el mundo del teatro virtual. Buscando cortar un poco la rutina del no poder salir a caminar por las calles porteñas y, después de vitrinear un poco en páginas de eventos virtuales, decidí ver la obra “El bot” de Héctor Morales. Sin saber mucho de qué se trataba, contando sólo con la escueta reseña que circulaba en la página de tickets. También, por supuesto, muy curiosa: ¿De qué trataba realmente? ¿Cómo sería el formato? Abrí el misterioso link a Zoom que me enviaron por correo media hora antes del inicio de la obra con instrucciones de revisar el micrófono porque podía haber interacción. El escenario fue este: una pantalla y ninguna idea de cuántas más personas había conectadas.
Intentando no hacer spoiler, pero sí explicar un poco sobre la trama de la obra: esta se desarrolla principalmente en torno a la entrevista que hace un animador reconocido de un canal de TV nacional, quien es interpretado por Héctor Morales. En la contraparte, como entrevistado, se encuentra un personaje masculino que se autodenomina como “bot” y que es interpretado por el mismo actor. Acá encontramos uno de los elementos más interesantes: el efecto espejo que se produce entre los dos, al ser interpretados por el mismo actor como clara alusión al mundo de las redes sociales y su funcionamiento.
La obra se desarrolla mientras ambos personajes dialogan y comentan sobre cómo funciona el mundo de los bots. Pero, ¿qué son los bots? Son cuentas programadas por una máquina para realizar ciertas acciones repetitivas y asociadas a un objetivo determinado. Lo más interesante de estas, es que intenta, simular la interacción que genera un ser humano como usuario del espacio en el que se desarrolla.
Sin embargo, la idea de esta columna no es precisamente hablar sobre los bots y sus características tecnológicas, sino que sociales. Esto desde una serie de reflexiones más bien personales. En primer lugar, algo que surge durante la obra y que me hizo muchísimo sentido es la idea de que el bot somos todos y todas, porque todos y todas lo alimentamos con nuestras constantes interacciones. Un claro ejemplo de esto es cuando en Twitter vemos a “alguien” que piensa distinto a nosotros y le respondemos hasta enfrascarnos en una discusión sin sentido. Finalmente, si esa cuenta fuera un bot, solo la estamos ayudando a cumplir con su objetivo: posicionar un tema. Es decir, estamos constantemente colaborando para que ciertos temas se conversen e incluso lleguen a viralizarse.
Si bien las redes sociales son una gran herramienta para la difusión de ciertas situaciones que antes no había cómo comunicar, también son una gran herramienta para manipular nuestro actuar social e incluso individual. Posicionar un tema, para bien o para mal, siempre será algo que suma y ayuda a cumplir objetivos de visibilización. Creo que, por lo mismo, es necesario plantearnos de manera crítica con qué y quiénes queremos interactuar dentro de estos espacios digitales: nuestros comentarios y reacciones también suman.
Por otro lado, y siguiendo con la premisa de que “el bot somos todos y todas”, creo que esto tiene otro sentido en cuanto estos pueden ser objetos representativos de lo que somos como sociedad: el bot es machista, ni de izquierda ni de derecha, violento/a, patriota. El bot representa todo eso que nos debilita como sociedad y que, de hecho, buscan quienes tienen posiciones de poder y recursos. Entonces, el bot somos todos y todas, porque discute y usa justamente eso que nos llama la atención: las injusticias, el meme, la polarización.
Nos hacen sentir que somos muchos y muchas a quienes nos interesa, pero finalmente, ¿es así?. Los bots son todo y nada en las redes sociales. Esto se explica mejor con una táctica que se usaba en las guerras: un ejército pequeño levantaba mucho polvo. Como el otro bando se encontraba lejos, veía el polvo (que normalmente sería levantado si hubiera muchas personas) y creía que el enemigo era muy grande. Esto generaba un efecto de desmoralización tremendo y debilitaba las fuerzas. Así mismo, si es que lo simplificamos en extremo, podemos observar la interacción que se da entre posturas parece difusa por la cantidad de polvo digital. Es fácil sentir que son muchas las personas que piensan de una manera pero, ¿es realmente así?. Creo que el llamado es a no hacer de esa burbuja en la que nos posicionamos el único campo de lucha. Las redes sociales son una gran herramienta, pero la vida y felicidad humana no se encuentran ahí.
Finalmente, solo me surgen más y más preguntas: ¿Qué podemos hacer en contra de esto más que reflexionar? ¿salir de las redes sociales? ¿no alimentar algoritmos? Me atrevo a decir, aunque quizás suene a panfleto, que la solución es hacer nuestros los espacios que nos quieren quitar. Sea esto la calle o, como en este caso, las redes sociales. No alimentemos bots, ni posiciones que promuevan la intolerancia, la inequidad y la injusticia. No nos leamos solo entre quienes estamos de acuerdo. Más importante aún, no nos dejemos llevar por la vida digital. Miremos a quienes nos rodean, conversemos tomando un té o haciendo la fila. Escuchemos y reaccionemos usando las redes sociales como nuestras y no olvidemos que la realidad siempre será algo cuestionable pero que, definitivamente, no se encuentra en una foto de comida perfecta que no te comiste, un video de un paisaje que no disfrutaste o simplemente un texto breve sobre una opinión que no va más allá de un eslogan.