Por Claudio Peña
Hablar de solidaridad hoy en día, desde el sentido común, nos lleva inmediatamente a asociarla con conceptos como “ayuda desinteresada”, “amor”, “responsabilidad social”, “caridad”, “compasión, “empatía”, entre otros. Y en este caso el sentido común va por un buen camino, pues la solidaridad efectivamente está considerada dentro de la dimensión moral del ser humano, como uno de los buenos valores que, aunque no en todos los casos, trascienden a ideologías, religiones y culturas. Pero ¿Qué es solidaridad? Ontológicamente siempre es complejo dar con una respuesta certera a preguntas de este tipo sobre valores, sin embargo, como en la mayoría de los casos, se puede dar cuenta de ella en orden a sus características. Solidaridad es de esos valores que son motivos, vale decir, que “mueven” desde lo emocional-afectivo a realizar acciones concretas. Y existe un elemento que es fundamental para entender y describir las acciones derivadas de la solidaridad, a saber: la identidad.
Identidad es la sinergia de todos aquellos elementos existenciales que hacen emerger algo así como un “yo mismo”, son los pilares de un asentamiento en el mundo de la vida que permite dar cuenta de “mi”, que emergen primero desde un plano irracional y que, desde la racionalidad, son posibles de ser llevados al plano del relato, es decir, “yo soy tal persona porque nací en tal lugar, soy de tal o cual forma, me gustan tal o cual cosas, etc”, aunque siempre el sustento más profundo de la identidad será emotivo, ante-predicativo, es decir, previo al lenguaje mismo, pues yo estoy siendo yo en todo caso y en todo momento incluso cuando no me doy cuenta. Es así como, a través de la identidad, es posible crear puentes intersubjetivos y darnos cuenta de que las otras personas, o los otros seres a mi alrededor, comparten muchas de las mismas características que yo, en distintos niveles y matices. Entonces me siento “identificado” con esa persona que no conozco pero que nació en la misma localidad que yo, o me siento identificado con un animal que llora de dolor, por cuanto el dolor también es parte de mi experiencia existencial. Nace entonces, desde esta identidad, el sentimiento de empatía, que es este ponerme “parcialmente y en diferente grado” en el lugar de otro ser que es “como yo”. Y bueno, la empatía es el origen de la acción solidaria, de la ayuda hacia los demás.
Entonces, en la mayoría de los casos yo seré más empático o más solidario en la medida en que me sienta más o menos identificado con la causa de mi sentimiento. Por ejemplo, me sentiré más identificado con un familiar que sufre por problemas de salud que por un compañero de trabajo lejano que padece del mismo problema, por lo que probablemente, y a su vez, seré más solidario con mi familiar que con mi compañero de trabajo.
Ahora bien, podemos distinguir diferentes niveles de identificación empática que llevan a acciones solidarias. Puedo, por ejemplo, empatizar con un vecino si se le quema la casa, pues me pudo haber pasado a mí, entonces le ayudo, soy solidario. Puedo empatizar con ese animal, por ejemplo que está sufriendo atascado en un cerco, porque su dolor me es familiar, podría sentirlo yo, y lo ayudo, soy solidario. Puedo, en un nivel más universal, sentir empatía y responsabilidad por todos los animales del planeta víctimas de la industria alimenticia, por cuanto sufren como lo haría yo si estuviera en su lugar, por lo que dejo de comer carne. Podemos encontrar otro ejemplo en el cristianismo, donde Dios llama a “amar al prójimo como a uno mismo“, es decir, a identificarme empáticamente con todos los seres humanos, por esto la Iglesia destina muchos de sus esfuerzos hacia la caridad y la solidaridad universal. Pero lo interesante de este fenómeno es que, de todas estas situaciones, siempre aparece el mismo valor como consecuencia, el valor de la responsabilidad. Y como bien expresó en su momento Jean Paul Sartre, la libertad reclama para sí a la responsabilidad, y la responsabilidad a su vez reclama al compromiso. Pues bien, y resumiendo, desde el fenómeno existencial de la identidad (que es pre-reflexivo y ante-predicativo) nace algo así como la empatía, la identificación con Otro por cuanto yo mismo soy, y desde esta empatía surge la responsabilidad, que finalmente decanta en compromiso. Vemos que la escalada axiológica de estos valores sigue un camino natural de emergencia existencial desde lo no racional a lo racional, pues el compromiso es un valor que obedece a niveles superiores de intelección pero necesita de ese sustento fenomenológico irracional que es primero.
Y, finalmente, es posible elaborar la última y necesaria reflexión, pues, si el motor de la solidaridad es ese sentimiento de hacer propia la situación del otro, ¿Cómo va a ser posible lograr una identidad de tipo empática hacia otras personas que padecen, estando yo alejado y desinteresado de la situación del otro? ¿En qué nivel o medida la responsabilidad se torna un valor que se hace carne en nosotros? Es decir, ¿cuándo realmente nos sentimos responsables de una situación ajena, por la cual conviene comprometerse? Ciertamente, vale la pena hacerse estos cuestionamientos debido a que, en la mayoría de los casos, nuestras instituciones filantrópicas parten de la base del “compromiso social” antes que la búsqueda de la identificación vital en la experiencia misma, que debe ser primera. Yo no pienso en “compromiso social” o en “solidaridad social” cuando se le está quemando la casa a mi vecino, yo simplemente actúo y voy en su ayuda sin pasar por forzadas intelecciones en cuanto a la necesidad de hacerlo o no, simplemente lo hago pues mi motivo es pre-reflexivo, pre-racional, y nace de la empatía automática que me genera la situación de alguien que es “igual a mí”, con quien me identifico, y que está padeciendo de una situación que no me puede ser ajena. Entonces, yo reacciono en la medida en que alguien me parece más o menos igual a mí, entonces, ¿Quiénes son iguales a mí? ¿Con quiénes me identifico más y con quienes menos? ¿Cómo voy a querer ir en ayuda de personas inmigrantes, por ejemplo, sin antes haberlas visitado, sin saber cómo son, qué piensan, cuáles son sus gustos, alegrías y penas, es decir, sin hacerlos partes de mi experiencia empática? ¿Cómo puedo lograr ser vegetariano o animalista, por ejemplo, sin antes considerar a los animales como a mis iguales o que compartimos experiencias similares? El compromiso social, la “solidaridad social”, emergen en estadios superiores, y cometemos el error de buscarla inmediatamente, de hiper-racionalizarla, incluso en convertirla en insumo científico algunas veces, antes de buscar el sustrato primero, que es la identificación y co-identificación. Comprender estos caminos axiológicos y, más que eso, humanos, es una tarea que nos conviene y nos concierne, y más aún a nuestras instituciones, que muchas veces levantan acciones solidarias paradas solamente desde la frialdad teórica y la ceguera racional. La solidaridad social es un camino desde y hacia la identidad que a cada paso nos exige compromiso por un mundo mejor, más justo y más fraternal.