La nueva ola del feminismo es un hecho y se muestra de muchas maneras acordes a las distintas realidades de las mujeres. Así quedó demostrado el pasado 8 de marzo en la marcha por la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, a la que asistieron más de 300.000 mujeres con diversas demandas como aborto libre, equidad salarial y educación no sexista entre otras. Sin embargo, la principal demanda es una: no más patriarcado.
El patriarcado, en palabras muy simples, se puede definir como aquella estructura social que domina a la mujer y otorga una posición de privilegio a los hombres. En relación a lo mismo, esta estructura posee muchos brazos y formas de violentar a las mujeres como, por ejemplo, en lo amoroso, lo político, lo doméstico, lo físico, lo laboral, lo económico y un sinfín de posibilidades que, finalmente, conforman una violencia generalizada que aprovecha cualquier espacio posible para dominar a las mujeres.
Sin embargo, no solo el patriarcado posee maneras de violentar, sino que los feminismos han generado formas de responder y defenderse ante las agresiones patriarcales. Una de estas es la sororidad como principio relacional entre mujeres y que se vincula muy de cerca con los conceptos de solidaridad y hermandad. Más específicamente, Marcela Lagarde define este concepto como “una alianza entre mujeres, [que] propicia la confianza, el reconocimiento recíproco de la autoridad y el apoyo”. Es decir, la sororidad es una manera de relacionarse sobre la base de que tenemos algo en común: la opresión por ser mujeres. La sororidad es una forma de ser rebeldes ante dicha opresión que no solo nos pone en un eslabón más bajo, sino que también nos separa para poder ejercer su violencia.
Hace algunos días Francisca García-Huidobro decía en el programa Sigamos de Largo (Canal 13) que “ahora ser mujer te convierte inmediatamente en una persona buena, porque eres mujer”. Es justamente esta una idea totalmente opuesta a la práctica de la sororidad que se plantea; los dichos de García-Huidobro caricaturizan a los feminismos pues presentan como ideas que todas las mujeres somos buenas solo por el hecho de ser mujeres y que, además, debemos ser amigas solo por compartir nuestro género. Sin embargo, es justamente ahí donde se encuentra el mayor error respecto de la sororidad: no se comparte esta alianza por el mero hecho de ser mujeres, sino que por el ser mujeres se comparte el mismo tipo de discriminación histórica y, por lo tanto, se produce una alianza innata ante la misma opresión.
En la generación de relaciones sororas lo que se afirma es que las mujeres son personas, no si son buenas o malas. Todas las personas poseen evidentes diferencias, especialmente las mujeres: son variadas y pueden cometer errores a pesar de la constante presión por ser perfectas que se ejerce sobre el género. Por eso queda la siguiente pregunta como una de las principales: ¿todas las personas poseen efectivamente los mismos derechos?
En la respuesta a esta pregunta se encuentra una de las ideas que los feminismos proponen a través de la sororidad: que, como mujeres, independiente de las afinidades personales, se busquen los mismos derechos para todas. La equidad se busca para cada una, no solo para las que caen bien e incluso para las que no se consideran compañeras. Aborto libre, equidad laboral, libertad en la calle y en la casa para todas independiente de si se sienten o no feministas, independiente de si es amiga o “cae mal”.
La lógica de dividir para vencer es históricamente conocida y aplicada por distintos modelos entre los que claramente se encuentra el patriarcado y, aunque la sororidad es una herramienta para luchar contra este, no se puede negar lo difícil que ha sido como mujeres el poder relacionarse dejando atrás todo lo que ha sido enseñado. La tan manoseada y necesaria deconstrucción también se relaciona con el ver a otra mujer no como una competencia sino como una compañera con la que se puede tener mucho en común. El empatizar con otras es lo principal para dejar de correr unas por sobre otras y comenzar a caminar de la mano para lograr llegar todas a la misma meta; comprender que el feminismo no es solo público, sino que también es personal en cuanto nace desde las experiencias individuales y de las opresiones cotidianas que cada una vive. Es justamente aquello, el acto más puramente solidario de la empatía, una de las bases para generar este pacto en el que se comprenden y abrazan las diferencias en pos de la equidad.
Finalmente, el llamado es a que se siga conociendo y cuestionando cada uno de los espacios; no solo los espacios en los que se comparte con hombres, sino que también los espacios que se crean como mujeres a partir de las necesidades que surgen desde la deconstrucción feminista. No es fácil ser compañeras después de toda una historia construidas para no serlo, pero es necesario crear espacios fuertes en los que se pueda confiar, construir y soñar una sociedad distinta. Parte de esta lucha es aquella contra las estructuras que se han interiorizado en el ser de cada persona: eliminar de raíz el patriarcado es lo necesario hoy en día. Si bien solas y cada una por su lado se ha logrado sobrevivir todos estos años, juntas y abrazando las diferencias se logrará mucho más que sobrevivir.