Vivimos en un universo con reglas (leyes naturales, digamos) y en una sociedad con reglas (leyes, creencias, lenguajes, conductas, costumbres, etc.). En estas reglas manifestamos la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según nuestra propia voluntad; es decir, podemos ejercer la posibilidad de ser libres. Más libertad es tener más opciones de acción. No existe la libertad absoluta, ni la esclavitud absoluta pues tus opciones nunca serán ni todas ni ninguna.
Si la libertad involucra acción, cabe preguntarnos ¿qué nos permite una acción? El ser humano, a través de la razón y la técnica (mente y cuerpo), es capaz de transformarse a sí mismo y al mundo a su alrededor; es capaz de cometer los actos en función de manifestar su libertad. ¿Cómo se nos coarta la libertad? Restringiendo nuestros cuerpos o, más elementalmente, nuestras mentes; porque no puedes tener la opción de hacer algo, si no conoces tal posibilidad. ¿Tenemos una vida libre? Para lograr tal cometido corresponde tener un conocimiento mucho mayor, podríamos decir: “encontrar la verdad”.
¿Qué es la verdad? La RAE la entiende como “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”. Sin embargo, “La Verdad” (así, con artículo y mayúscula) se refiere a un sentido holístico, es decir, un concepto o entendimiento conforme a la totalidad de las cosas de la existencia.
La existencia y la definición de la verdad es un debate tan extenso que podría definir a la humanidad misma y, aunque ésta sí podría ser única, algo que tanto ha costado encontrar, seguramente sea ininteligible: somos incapaces de entenderla.
Jorge Luis Borges, en su cuento “La escritura del Dios” (de su libro “El Aleph”) se refiere en parte a esto: «Consideré que aún en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra». Pero, aunque cada proposición implique el universo entero, no tenemos quien lo entienda. Entonces, ¿podemos seguir un camino que nos ayude, que nos dé un sentido y nos haga entender dónde estamos?, ¿un camino a encontrar la verdad?
31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
33 Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: ¿Seréis libres?
34 Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.
La verdad, os hará libres. El pecado, esclavos. Religiones, empresas y estados tienen su versión de la verdad. Una idea de cooperación o aprovechamiento que le da sentido a las vidas de quienes la siguen y que, de hecho, sirve para crear una comunidad y un orden que genera progreso. Lamentablemente sus reglas se transmiten u ocultan perdiéndose su significado. ¿El pecado? Llamado con miles de nombres en miles de creencias, no es más que alejarse de ese camino dado.
Nos animamos a permanecer a estas verdades ajenas pues nos resultan convenientes y no hay nada intrínsecamente malo en ello. Shakespeare decía que “el mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres son meros actores, tienen sus salidas y sus entradas; y un hombre puede representar muchos papeles.” Pero, además, podría añadirse que muy pocas personas son guionistas.
Aldous Huxley en su libro “Nueva visita a Un Mundo Feliz” (que explica mejor y más extendidamente este punto) señala que nos educan como gallinas en un gallinero y sólo buscamos salir cuando se acaba la comida. Es decir, aceptamos el guion que se nos da y no buscamos la verdad hasta que la mentira nos golpea.
Por lo anterior, la tesis toma más fuerza: “la verdad os hará libres”. Sin embargo, si ésta es ininteligible, tenemos la opción de ceder a la esclavitud de no encontrarla, a la de aceptar una no correspondida o hacer el intento de buscar nuestra verdad (aún sabiendo que no la encontraremos).
Referenciando un capítulo de Cosmos (Cap. 13: ¿Quién habla en nombre de la Tierra?), Carl Sagan habla sobre la biblioteca de Alejandría como un lugar idílico donde se desarrollaba la ciencia y la cultura, logrando avances totalmente por sobre el nivel de la época. Grandes pensadores buscaban la verdad en un lugar que les daba la libertad de lograrlo. Así, el mismo Carl Sagan plantea que “no hay registro en toda la historia de la biblioteca de que algún ilustre estudioso o científico haya desafiado seriamente algún supuesto político, económico o religioso de la sociedad en que vivió. La permanencia de las estrellas fue cuestionada, pero la justicia de la esclavitud no lo fue.”
Lamentablemente esto acabó. Hipatia fue una matemática, astrónoma y maestra de la escuela neoplatónica de filosofía en una era en que la mujer no tenía opciones. Cirilo, arzobispo de Alejandría, le despreciaba considerándola una pagana y lideró una turba de cristianos que la asesinó. Este hito fue seguido por la quema de innumerables textos que daban la grandeza a la biblioteca. Este hecho, además de haber significado un gran retroceso a la humanidad, puede servirnos de una gran lección: la búsqueda del conocimiento, de la verdad, debe defenderse.
Hoy en día gozamos de la opción de crear nuestros propios caminos, de forjar nuestro propio aprendizaje. Vivimos, en cierta medida, la libertad de la Biblioteca de Alejandría. Pero es una condición que puede acabarse, por lo que debemos defenderla. La búsqueda de la verdad avanza en un camino libre, defenderlo es la primera lucha: cualquier otra es sólo caminar en él.
¿La ciencia?, ¿las ideas?, ¿las artes?, ¿las palabras que creas?; ¿son para ti?, ¿para quienes amas?, ¿para donde vives?; ¿o para un estado?, ¿una empresa?, ¿una religión? No dejemos que Cirilo vuelva a quemar la biblioteca. Busquemos nuestra propia verdad y defendamos nuestra libertad a vivirla.