Por: Diego Montecino
Entendiendo el librepensamiento, a grandes rasgos, sería pensar libre de dogmas, libre de convicciones provenientes de tradiciones ajenas a un razonamiento puro. Sin embargo, nunca pensarás muy lejos de la información que recibas, la cual proviene del entorno.
Librepensamiento y sus condiciones
Después de dos años aceptando recomendaciones musicales de una página, me vi disfrutando un estilo desconocido para cualquier persona que conozca. Sus algoritmos conocen mis gustos mejor que nadie e, incluso, recomienda material nuevo con éxito. Por otro lado, también podría decirse que la página infundió en mí ese gusto musical, una recomendación tras otra, para llevarme hasta donde estoy ahora. Entonces, extrapolando el dilema, ¿soy yo quien crea mis preferencias? ¿o son resultado del entorno y mi predisposición física? Décadas de investigación en bioquímica y neurología sugieren que nuestras decisiones no son del todo “nuestras”. Nuestros cerebros podrán ser los 1300 a 1500 gramos más complejos del universo conocido; sin embargo, son solo materia medible y determinable.
En fin, si los gustos son propios o impuestos, ¿qué más da? En la medida que se puedan satisfacer las necesidades (propias o impuestas), puede desarrollarse una vida con identidad basada en las singularidades de cada persona. Puedes ser un autómata o un espíritu libre, el resultado será el mismo. Lo verdaderamente relevante es entender cómo nuestra lógica de necesidades nos vuelve vulnerables. Si el ratón busca el queso de la trampa y muere, lo importante no es si fue decisión suya o estaba predispuesto, es cómo impedir una próxima muerte.
Si definimos la libertad de pensamiento como una capacidad de tomar decisiones sin influencias externas o internas, sociales o físicas; entonces es inalcanzable. Ahora bien, si aspiramos a conocer cómo nuestros intereses nos exponen a las “trampas” del entorno; podríamos decidir con mayor libertad. En cuanto a la música, la trampa del algoritmo es llamar mi atención creando o conociendo mis gustos musicales para ofrecerme más publicidad; no me agrada, pero lo acepto. Decidirlo conociendo las reglas, puede ser algo más cercano al librepensamiento.
Sociedades Digitales
Un grupo cazador-recolector decide asentarse en un lugar. Deben trabajar la tierra para su alimento y asegurar el territorio para que no les ataquen. Deben poner reglas y alguien lo hace, como es de suponer, según su interés; sin embargo, el proyecto de civilización debe prometer algo bueno. “Deje el nomadismo y pase el invierno en una choza con comida cultivada” suena prometedor, dar una parte de lo que cultivas está en la letra chica. Pero así aceptamos vivir y depender de una sociedad, dando y recibiendo; hasta que, sin darnos cuenta, vivimos entre más reglas (trucos) de las que entendemos. Las reglas de una sociedad al restringir lo que hacemos, definen qué tenemos, pensamos y creemos. Generaciones viviendo así y pertenecemos en cuerpo, mente y espíritu a la sociedad hasta el punto en que nuestros propios intereses son un resultado de la sociedad y sus reglas.
Lo interesante con las redes sociales es que no solo son medios de comunicación o una extrapolación de la sociedad. Son una sociedad en sí misma, un hábitat donde grupos humanos colaboran y se enfrentan entre sí; donde “pasan cosas” tal como era en las calles y plazas públicas. Salir de las rr.ss. es salir de una sociedad. Es difícil si no tienes “redes sociales análogas”, pero sigue siendo posible mientras no tengamos plena dependencia a estas sociedades. “Mientras”, insisto. Las rr.ss. son para una futura civilización digital, lo que Catal Huyuk, Ur y Babilonia fueron a la nuestra. Salir de una red social equivaldría al nómada que se aburrió del sedentarismo y vuelve a la montaña. Abandonar un grupo de gente irritada pero interesante.
Tomamos la decisión de pertenecer a una sociedad y respetar sus reglas pues vivimos según lo que (medianamente) preferimos. Pero si la misma sociedad rige nuestras preferencias, no hemos decidido libremente. Claramente la sociedad influye a que encontremos una vocación en la carpintería, medicina o natación, pero volvemos a la conclusión anterior sobre algoritmos y gustos musicales: ¿qué más da? La diferencia está en los instrumentos del sistema para influir en nuestras decisiones.
Dictadura Digital
Quien rige una sociedad, sea con buena o mala intención, necesita a la mayor cantidad de personas contribuyendo para lograr ciertos objetivos. ¿Cómo lograr que quien tiene intereses propios se sume a ajenos? Amenazando o premiando. ¿Cómo saber qué teme o quiere cada persona y usarlo? Esa ha sido la difícil tarea que históricamente ha definido la efectividad de un gobierno; desde el Faraón hasta el Führer la estrategia ha sido crear masas de personas que piensen lo más similar posible. Pero una “sociedad digital” ofrece eso y más.
“Facebook te ayuda a comunicarte y compartir con las personas que forman parte de tu vida” dice la página de registro. Suena prometedor, dar tus datos personales a empresas y gobiernos está en la letra chica. Aun así, aceptamos vivir en esta sociedad con sus reglas, yendo más allá de lo que entendemos.
¿En la red social decido según lo estimo o soy influido por ésta?, ¿qué más da?, pues esta vez la “sociedad” sabe tanto como para influir hasta que no respondas a un interés tuyo. Tal como el algoritmo me recomendó una canción tras otra hasta gestar un gusto; puede hacerlo con una publicidad, noticia, artículo o meme hasta gestar una opinión. Tu pensamiento ya no solo es “influido” por la sociedad, fue gestado por un algoritmo pagado por una empresa, gobierno o partido político que sabe cómo piensas (o pensabas). Un sistema que controla qué pensar sin hacerlo evidente es una dictadura perfecta.
No piensas con libertad. Tu entorno define qué temes o quieres. Las redes sociales son un nuevo entorno que cambia para ti según intereses ajenos. Entonces, ¿tus pensamientos y decisiones son realmente resultado de tu libertad?