El Covid-19 es un virus cuyo origen se detectó en China a finales del 2019 y que se ha propagado rápidamente alrededor del mundo hasta convertirse en una pandemia. Lo que escribo podría considerarse, a estas alturas, como conocimiento público, pero no es baladí ponerlo en la palestra nuevamente. Su peligrosidad, que radica en su contagiosidad y severo daño al sistema respiratorio, ha obligado a diversas naciones a tomar medidas para prevenir o aplacar su expansión, entre ellas el confinamiento de los habitantes. Esta medida ha conllevado que debamos adaptar nuestro estilo de vida al confinamiento y, por lo tanto, ante la imposibilidad de recrearnos al aire libre, la creatividad humana se ha alzado como respuesta a la frustración. Y así como algunas personas han desarrollado cualidades en el dibujo o en la música, al parecer los personeros del gobierno han cultivado sus dotes poéticos.
Así, ministros, intendentes y el propio presidente se han aventurado en regalarle a la nación su arte por medio del no tan refinado uso de figuras retóricas. Han convirtiendo cada discurso público en una pieza de arte contemporáneo. Quizás, incluso, estén creando un nuevo canon literario, que genera un amplio repertorio de odas con un asunto único: el coronavirus. De pronto, la enfermedad en cuestión se vuelve un objeto muy interesante, cuando lo vamos perfilando a través de la intertextualidad que van construyendo todos los autores. Pasemos brevemente a examinarlo.
Naturalmente, como tiende a ocurrir cuando la lírica se centra en objetos inanimados, el recurso retórico que más predomina en estas obras es la personificación, es decir, la atribución de características humanas a animales u objetos que no las poseen, posiblemente involucrando significados metafóricos. La obra icónica que lo demuestra es aquella en que el ministro Jaime Mañalich juega con la naturaleza viral de la enfermedad para indicar que el virus podría mutar y volverse una buena persona. Esta pieza trascendental sugiere a la audiencia que el virus, que se mueve en el plano de la microbiología, es un ser complejo, impredecible, algo intrépido y que, por supuesto, goza de voluntad propia. Puede autodefinirse e incluso posee una ética, en la que de acuerdo a circunstancias inespecíficas, puede optar por el bien o el mal.
Sin embargo, parece ser que es una entidad que se inclina más por el mal, de acuerdo a los dichos del intendente de Santiago, Felipe Guevera. Después de que los ciudadanos salieron a protestar, porque no tenían qué comer ni dinero para comprarlo, aseveró: “yo estoy seguro de que el coronavirus está muy feliz de que esas personas / estén actuando como están actuando”. Es decir, el virus no sólo optó por ser una mala persona, sino que se regocija de los daños que causa su actuar. Doblemente malo. Y no es una alegría momentánea, es felicidad. Guevara dota a esta criatura mitológica un objetivo que va más allá de una mala intención: el virus tiene una fijación sádica con matar chilenos.
Esto también ha llevado a otros autores a plantear su obra discursiva no sólo desde la oda que homenajea a este ser suprahumano, sino también con rasgos de epopeya. El pionero en este género es sin duda el presidente de la república, quien ama la inclusión de imágenes bélicas en sus palabras. Existen unos versos recurrentes que caracterizan su obra y que por supuesto revisita en esta nueva corriente: “nos enfrentamos a un enemigo poderoso e implacable / que no respeta a nada ni nadie”. Uno podría pensar que el autor es poco ocurrente al recurrir a las mismas palabras para referirse al narcotráfico, a los ciudadanos y ahora a un virus, pero en realidad lo que busca es entrelazar toda su obra. Así, de alguna extraña e incomprensible forma, el coronavirus se yergue como un titán que es, a su vez, todos los ciudadanos y también el tráfico de drogas, el opuesto complementario de la corrupción.
Entonces, Piñera nos presenta el coronavirus como un ser multiforme, cambiante, que puede convertirse en cualquiera de tus peores pesadillas, en lo que más temes; por ejemplo, ciudadanos que se dejan de reír de tus sketches y comienzan a exigir derechos básicos. Así de peligroso es este virus. A veces esa fórmula varía con otro comienzo de verso: “estamos en guerra contra (…)” y que hace de todo esto una narración épica. Unos pocos héroes de corte clásico, dotados de habilidades únicas y absolutas, muchos de ellos gracias a sus elevados conocimientos de ingeniería comercial o derecho, se enfrentan con valor e ímpetu contra un monstruo metamorfo que cohíbe a los poderosos a través de sus miedos mientras asesina ciudadanos en masa. Esta metáfora la utiliza también Mañalich en una obra reciente de varios poemas, en las que se refiere a hacerse cargo de una emergencia sanitaria, prevista por expertos, como “la batalla de Santiago”. Desconozco sí si es que aquí el ministro quiso hacer una intertextualidad con el hecho homónimo ocurrido en la década del ’50, en que también había gente protestando, se declaró estado de excepción y murieron muchos ciudadanos.
Este movimiento cuenta con muchos más exponentes en los que no puedo adentrar ahora por la extensión, como Karla Rubilar con su comparación entre la cura para la pandemia con el amor y las hipérboles numéricas de recuperados de Paula Daza. Lo importante de todo esto es entender que toda esta virtud retórica es precisamente poesía, y nos permite evadirnos de la cruel realidad. En el mundo real, los virus no pueden ser malas personas ni pueden regocijarse con la muerte de los ciudadanos. Las autoridades de gobierno, sí. Los virus no pueden ser poderosos e implacables, pero la ciudadanía unida sí puede serlo, sobre todo cuando tiene hambre y cuando a varios los han torturado y les han arrancado los ojos. Si bien no conocemos lo suficiente el virus, tenemos claro que se trata de eso: un problema sanitario y no una guerra. No necesitamos que el gobierno salga a enfrentarse con hachas y escudos a un titán, sino que nos brinde salud de calidad y que dote de materiales de trabajo necesarios a los trabajadores de la salud en vez de darles aplausos. Que escuche las advertencias de expertos y actúe a tiempo, en lugar de decirle a la ciudadanía que se estaba preparado y dos meses después reconocer que el sistema colapsó. Que quizás después de dos semanas las personas no se recuperan automáticamente y se vuelven inmunes. Que llegarían mil seiscientos ventiladores de parte del gobierno chino y terminaran llegando unos puñados de origen mestizo. En su obra más reciente, Mañalich dice: “las fórmulas de proyección con las que yo mismo me seduje en enero / se han derrumbado como castillo de naipes” y posiblemente sea el poema que más se condice con la realidad. A fin de cuentas, en este país, “navegamos en una suerte de oscuridad”.