Hemos sido partícipes y espectadores de multitudinarias movilizaciones a nivel país. Hace algunas horas miles de estudiantes y profesores marcharon por diversas ciudades exigiendo mejoras en la calidad de la educación en Chile, y denunciando, con evidente malestar, las irregularidades existentes en el sistema. Hemos presenciado grandes marchas en contra del proyecto Hidroaysén, así como por las termoeléctricas recientemente aprobadas en el norte del país, existiendo un descontento por el daño a nivel ambiental y la vulneración a los derechos que esto implica. Los pueblos originarios han hecho sentir su malestar con diversas acciones, tanto masivas como de colectivos más reducidos. Leo intentos de organización por la pérdida de uno de nuestros grandes tesoros: nuestras semillas, por los grupos e instituciones que han emergido como forma de canalizar la información hacia la ciudadanía y realizar acciones en pos de la protección de nuestro futuro como país y como seres humanos. Se escuchan voces de los trabajadores, pescadores, transporte, salud, y en fin, variados grupos humanos que, de una u otra forma, se visualizan y se experimentan a si mismos en tanto vulnerados en sus derechos y soslayados en sus necesidades y exigencias.
Existen descontentos, está muy claro, descontentos que se han estado escuchando y visualizando de diversas formas y en distintos medios. No todos logran llegar a la edición central de los noticieros nacionales, ni aparecen en portada. Muchos, inclusive, no llegan a tener un espacio entre la sopa de letras y el horóscopo del día domingo. Pero están, aún cuando los medios de comunicación, por encargo de los poderosos, construyan enormes cercos comunicacionales entre estos y el resto de la ciudadanía. Están, y mientras sus voces no se alcen ni se consideren, sólo lograrán aumentar la percepción de indefensión, de injusticia, de impotencia, de vulneración y, lo que resulta preocupante para algunos, de rabia.
Los medios de comunicación muestran al caminar de los ciudadanos cuando estos están cubiertos por oleadas de aguas con químicos y cercados por fuerzas especiales de carabineros. Ahí aparecen en tanto bárbaros inconscientes y rebeldes sin causas ni argumentos. Se teje así un entramado de desconfianzas a nivel social, cuestionando el actuar de nuestros compatriotas, de nuestros hijos, de nuestros estudiantes, de nuestros hermanos y hermanas humanas que, ahora difuminados en unos ‘nadie’ entremedio de la muchedumbre embravecida, realizan actos de vandalismo aparentemente irracional.
Aquí yo debo de hacer un mea culpa. Un mea culpa no por mi actuar individual, sino por la responsabilidad que me compete como profesional de las ciencias sociales en la construcción de esta visión de la ciudadanía. Les haré por tanto una confesión. Si usted, que está en su casa viendo la televisión, piensa que las marchas sólo engendran violencia y de nada sirven, es en cierta medida responsabilidad nuestra.
Nosotros y nosotras, profesionales de las ciencias humanas y sociales, hemos participado activamente en construirles a ustedes determinadas formas de comprender el mundo, habiendo, muchos de nosotros, servido a las clases políticas y económicas dominantes para lograr la manipulación de las masas, mediante la tergiversación de la información, el uso indiscriminado de determinados medicamentos, la invención de enfermedades y la construcción de teorías discriminadoras, violentas y criminalizantes.
A modo de ejemplo, las primeras investigaciones respecto de los movimientos sociales nos hablaban del potencial violento que los seres humanos se permitían expresar estando en grupos. De la efervescencia contagiosa que los lleva a actuar de formas irracionales y agresivas, explicando así a esta masa amorfa y estúpida. Tiempos aquellos en los cuales las investigaciones se realizaban pensando que somos objetivos y que mirar desde afuera nos permite conocer lo que está por dentro. Equivocados estábamos, o sesgados quizás por la avaricia, al ver que si lográbamos el control de las mentes y las masas obteníamos alguna recompensa, tal como ocurrió de formas obscenas durante la II Guerra Mundial, donde sociólogos, psicólogos y psiquiatras, tuvieron especial relevancia en el fortalecimiento y masificación del pensamiento Nazi.
Para bien o para mal, a pesar que estas investigaciones tienen varias décadas desde su planteamiento, estas se han incrustado en el sentido común, el cual les otorga una validez asombrosa. Muchos de ustedes, muchos de nosotros y nosotras, efectivamente pensamos eso y creemos que es verdad. Sin embargo, culpar ‘a la masa’ es lisa y llanamente ser miope de conciencia, en tanto resulta un imperativo considerar los intereses políticos y económicos existentes, así como sus ganancias al respecto, la sociedad y cultura en la cual nos desarrollamos, las historias de vida familiares e individuales de cada cual y el momento histórico particular en el cual ocurre. Sin considerar todo esto, nuestro sentido común puede jugarnos una mala pasada y hacernos caer en pretensiones totalizantes, estigmatizadoras y potencialmente violentas, que en nada ayudan en la resolución de situaciones conflictivas a nivel país, incluso si no estamos de acuerdo con estas o si nos resultan, a simple vista, irrelevantes.
Estamos en una enorme encrucijada, ya que acallar las voces de descontento y disidencia en nada nos ayuda para la construcción de nuestro país, de nuestros mundos, de nuestras regiones, ni de nosotros mismos. Cada decisión que tomemos nosotros, ‘los adultos’, repercutirá inevitablemente en las formas que nuestros hijos adoptarán en sus relaciones más intimas y en las más públicas. En lo particular no me interesa dejar como legado el aprendizaje que el descontento y la disidencia se controla con violencia, como he visto, desde que tengo memoria, se realiza en este, mi amado país. El uso de la violencia física y psicológica por parte del Estado y de los demás organismos competentes, así como las demás estrategias comunicacionales a nivel país que repercuten en las formas en las cuales los ciudadanos nos vemos a nosotros mismos y vemos a los demás, han contribuido a la criminalización de ciertos grupos sociales, a la estigmatización, a la justificación y aumento en el uso de la violencia, al aumento de la rabia, de la percepción de vulneración, del descontento y la mantención de la indefensión, la cual hemos aprendido como país desde 1973, y que nos ha reprimido con el casi completo adormecimiento de nuestros movimientos y fortalezas como sociedad.
Uno de los pasos que necesitamos dar para cambiar esto es reconocer nuestro rol aquí, nuestras limitantes y nuestros estereotipos. Está en ustedes, en cada uno de nosotros, el sacarnos las vendas para que podamos efectivamente acercarnos a las experiencias de aquellos que están en las calles o que están, por diversos medios, mostrando su descontento. No somos pocos los que creemos que lo primordial es favorecer la comunicación, estableciendo puentes de información y buscando consensos que no sólo representen a la mayoría, sino que incorporen las voces de las minorías, todo esto desde la mirada del bien común, del respeto a la diferencia y la libertad de examen.
Carolina Avilés F.
Psicóloga
Magíster en Intervención Psicojurídica y Forense