¿Y A MÍ QUE ME IMPORTA?: EL PROBLEMA DE NO SABER DE POLÍTICA EN CHILE

Por: Nicolás Morán.

Si le preguntamos a las/os ciudadanos/as de a pie: ¿qué opinan de la política? Lo más seguro es que tendremos una seguidilla de insultos contra el gobierno, la oposición, seremis, ministerios y alcaldías. Con comentarios que van desde que “todos los políticos roban”, que “no importa quien salga en la elección, la gente trabajadora debe levantarse exactamente igual” o que “izquierda y derecha son lo mismo”. Quizás usted, que es versado/a en economía, análisis político nacional e internacional, o que quizás tiene algún puesto en algún partido desde hace años- pueden parecerle aberrantes esas declaraciones y me va a espetar que no es tan así-, pero como yo soy ciudadano de a pie también, pido las consideraciones necesarias, mire que yo tampoco sé mucho.

La gente que afirma esas cosas por supuesto que está equivocada, o al menos parcialmente, pero eso es porque nadie les responde qué es la política, para qué sirve o por qué existe. Simplemente no la entienden, porque pareciera ser que hay que sufrir una especie de iluminación para poder captar los matices que mueven la “Res publica”.

Son cuestionamientos válidos a un sistema que no les otorga ningún beneficio claro y que, por si fuera poco, es además un o en el que están insertos sin saber bien siquiera cuáles son los fundamentos que sustentan las diversas ideologías que componen el espectro político. Por esto es que cualquiera que defienda la propiedad privada es facho/a, un demócrata cristiano les parece lo mismo que un evópolis (a mí también, pero eso es otro tema) y cualquier persona que hable sobre justicia social es automáticamente un comunista sin derecho a réplica.

La política se transforma entonces, para una mayoría aplastante, en una entelequia que funciona similar a la economía, como una especie de fuerza sobrenatural que no alcanzan a dimensionar. Se da ese fenómeno de que a las personas no les importa la democracia o la república, porque está alejada de su realidad y no ven las relaciones de poder subyacentes en la vida cotidiana. Suele no captarse el concepto de nación más allá de límites fronterizos, himno, bandera y curarse los 18 de septiembre con el nunca bien ponderado, pero delicioso, terremoto.

Durante décadas votaron para que otras personas se beneficiaran, poniendo la esperanza en el slogan cuasi futbolero de la eterna promesa, condensada en “Chile, la alegría ya viene” o “Se vienen tiempos mejores”. Curiosamente, estamos viviendo tiempos tristes y francamente peores de los que nos imaginamos a principios de los años noventa. El problema de las promesas es que hay que cumplirlas. Por eso, cuando quienes dirigen el país pueden hacer algo, nos topamos con: los conflictos de intereses, los favores políticos, las malas prácticas, la ineficiencia, la corrupción, las estafas, desfalcos, clientelismo, coimas, colusiones, encubrimientos, las inconstitucionalidades y podría seguir en un largo sin fin de cosas que están mal- lo que es muy triste- pero creo que ya se entiende la idea. No sirve un sistema basado en promesas sin mecanismos para asegurar que se cumplan y sin la voluntad política de poner sus cargos en el país al servicio de los ciudadanos y ciudadanas.

Entonces, grosso modo, el pensamiento se reduce a: Si voto, ganan los mismos de siempre; si no voto, ganan los mismos de siempre. Si alego, me reprimen; y si no alego, tampoco hacen leyes que me beneficien, aunque me haya “portado bien”. Si voto por A, tengo que hacer fila igual en el consultorio a ver si se dignan a atenderme; si voto por B, mis hijos/as tampoco van recibir la misma educación que en el “barrio alto”, porque no les dieron los recursos al colegio; y si voto C, voy a seguir recibiendo una pensión miserable que no me cubre ni siquiera los remedios. No importa lo que haga, yo no soy importante para nadie en el gobierno, ni para ningún partido.

¿Pueden culparlos? Al menos yo no me atrevo, porque en realidad, si nadie les dijo que era importante asegurarse de conocer el programa de gobierno que ofrecen, o que ese calendario roñoso que entregan en la entrada de las ferias libres con la cara del candidato/candidata son solo una estrategia de merchandising patético que no apunta a que el susodicho/a llegue a ejercer el poder para dar soluciones, sino que se transforma en una pelea por mantener dicho poder en sus manos en pos de un beneficio propio, lógicamente van a votar por la persona más simpática, por la vitalicia, por la que vota la vecina, por la que una vez dio una bolsita para comprar pan en el negocio de la vuelta y otro largo etcétera en el cual no se mencionó nunca algún plan de mejoramiento de la vida de los chilenos y chilenas.

El no saber se vuelve peligroso, porque nos deja en manos de gente inescrupulosa que no ejerce con probidad su labor. El que un/a político/a no atienda a las demandas de quienes le eligieron y le pusieron en ese puesto, sólo muestra la degeneración del concepto democrático, porque hay una oligarquía que no permite el avance nacional de forma equitativa, que trasciende conceptos tan maniqueistas como izquierda o derecha, lo que me parece hasta inmoral, si me preguntan.

La política es hermosa y podría citar a grandes autoras y autores que lo respalden, pero no tiene sentido, porque es nuevamente caer en que hay seres superiores que saben y yo no. El desafío es que todo el mundo sepa. Sepa la importancia de votar, de vivir en comunidad, de empatía hacia el resto, de hacer acción ciudadana, de cuestionar las medidas de los gobiernos, de las instituciones, con argumentos y con reflexión pertinente.

El objetivo debe dejar de ser engrandecer a la clase política, para empezar a llevar la política a las casas. Tener una conversación civilizada en la que la meta no sea destrozar la postura política de otro/a, sino que aprender que saber de política es crear un pueblo culto, con opinión, donde un puesto político no solo signifique más dinero en la cuenta, sino un servicio serio a la comunidad.

Sé que sabrán perdonarme, pero me daré el lujo de parafrasear a Platón diciendo que “el precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por las peores personas” y hoy, lamentablemente, lo estamos pagando con nuestras vidas. No creo que haya un monto monetario al que podamos acercar la vida de una persona y renunciar a esa dignidad humana por dinero sólo nos deja con el sabor amargo de que para nuestra clase dirigente no es relevante lo que nos pase.