Por: Catalina Potockjak C.
Una casa de dos habitaciones, un living-comedor-cocina y seis personas. Un computador y cuatro celulares a una red Wi-fi. Dos adultos con teletrabajo, dos jóvenes estudiando en la universidad y una niña en el colegio. Turnos para ir al baño, turnos para comer, turnos para videollamadas, turnos para ir a comprar. Sobrevivencia en tiempos de coronavirus y neoliberalismo. Silencio inquietante y sólo se escucha a la niña intentando llamar la atención que le quitan las pantallas al más puro estilo Black Mirror. Se encuentran juntos como no lo estaban hace años, pero más separados de lo que jamás habrían imaginado. Vencidos en el intento de aprender, enseñar, trabajar y vivir.
Según el artículo número 26 de la Declaración Universal de Derechos humanos “Toda persona tiene derecho a la educación”. Una frase que deja, lingüísticamente, muy poco espacio para la reflexión ya que es una aseveración bastante tajante. Sin embargo, en lo social ya sabemos que todas estas premisas absolutas son de alto cuestionamiento y mucho análisis. En esta columna, de hecho, la idea principal es cuestionar aquello y, quizás, soñar un poco con algo más que la desesperanza.
¿Qué es la educación? ¿Cuál es su rol hoy en días de pandemia, crisis y encierro? Es un hecho que en Chile hay una noción generalizada sobre la educación como aquello que solo consiste en traspaso de conocimiento desde las y los profesores a sus estudiantes. Sin embargo, es necesario destacar que actualmente aquello se encuentra muy lejos de la realidad.
Según la Unesco, se define a la educación como un proceso mucho más complejo que solo el traspaso de conocimientos: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo (…)” . Es decir, se considera el proceso educativo como integral y relacionado tanto al desarrollo de la personalidad como del intelecto e incluso lo social, entre otros elementos. Entonces, ¿cómo se conecta esto con la realidad actual en nuestro país? Justamente ahí: en su lejanía con la realidad.
Es un hecho que las instituciones educativas no están dando abasto con la situación actual por múltiples razones que van desde la capacitación de las y los docentes, pasando por las situaciones particulares de cada estudiante, hasta incluso la poca preparación y disposición al cambio de todo un sistema que lleva años sin funcionar.
Si bien las clases virtuales podrían cumplir un rol distinto hoy, de contención emocional e interacción social, en gran parte solo contribuyen a sumar preocupaciones y presión a estudiantes e incluso apoderados en el caso de las y los más pequeños. El uso y abuso de las evaluaciones escritas y la presión desproporcionada por “asistir” a clases virtuales que duran lo mismo o más que una presencial, solo construyen una situación más y más compleja, que finalmente deriva en un alejamiento de las personas en relación a la educación. Si en condiciones normales, ya es compleja la valoración del aprendizaje, ¿por qué sería prioridad ahora cuando literalmente nos estamos muriendo? De todo esto, podemos ver una sola salida: el sistema debe aprender y adaptarse o simplemente desaparecer.
Es un hecho que la educación en Chile (junto con todos sus actores), ya venía con un claro atraso y poca respuesta a la rápida evolución tecnológica social. Instituciones que no proporcionan las herramientas mínimas para el uso de las tecnologías de la información en clases; estudiantes que no logran conjugar de manera apropiada sus costumbres generacionales con sus procesos de aprendizaje; e incluso profesoras y profesores que además de rendir todo lo que les exigen en el poco tiempo que les otorgan deben capacitarse por cuenta propia. Todo esto, factores que suman y suman para que hoy la realidad sea una: la nueva agudización de la desigualdad. Creo que está demás explicar este último punto, pero aún así cabe mencionar lo complejo que es actualmente concretar una modalidad de clases online en un país la pobreza se encuentra cada vez más cruda.
Sin embargo, en un principio de esta columna mencioné la idea de que quizás podríamos soñar y aquello me interesa comenzarlo con una pregunta: ¿nos acostumbraremos en algún momento a esta nueva realidad? Y, más aún, ¿será este el comienzo del futuro tecnológico con el que nos atraían las películas? Como personas siempre nos terminamos acostumbrando; es una de nuestras formas de sobrevivir.
Entonces, si partimos de esa premisa, quizás podremos soñar con que en algún momento no tan lejano llegaremos por fin a ese punto en el que la educación evolucione y supere las trabas de recursos que actualmente le impiden hacerlo. Como estudiante de pedagogía no dejo de pensar en qué pasará cuando egrese y me encuentre ante mis estudiantes: ¿serán las tablets un recurso que reemplazará a los cuadernos? ¿serán los proyectores algo tan común en el aula como lo fue la pizarra? ¿serán las clases online y el uso de aulas virtuales un complemento a la educación que nos permitirá estar más en casa? ¿será tanta la masificación de las tecnologías que lo económico ya no será el gran impedimento para su uso en pos de la equidad y el mejoramiento de la educación?
Personalmente, y para terminar esta columna, creo que el futuro es incierto pero a la vez inevitable. Pronto las nuevas generaciones no solo serán estudiantes, sino que también profesores y profesoras. La realidad será distinta y ya la vemos surgir en este complejo contexto. No solo existirán nuevas herramientas para la educación, también nuevas formas de aprendizaje y enseñanza en respuesta a estudiantes que poseen diversas habilidades e intereses y se encuentran con la disposición a luchar por ello. Así lo podemos observar en las luchas políticas por el medioambiente, o las feministas, que no sólo corresponden a “temas de adultos” sino que a las nuevas formas de vida que incluso desde pequeños nos traen aquellos que serán ese futuro tecnológico con el que soñamos.